COLECCiOrí D HiSTORiADORES CLASICX)S DEL PERV
TOMO III
IJOSpO/nEríTAR10S||EALES
ESCRÍTOS
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gapciia^.veca
TOMO III HOMENAJE al CENTENARIO de la Independencia Nacional
AnotaeifíDCS y concor- dancias con las cró- nicas de Indias por
loracio H.
Miembro de número dellns- tiluto Histórico del Perú
LIMA
IMP. y LIBRERIA SANMARTI y Ca. MCMXIX
COLECCION DE HISTORIADORES CLASICOS DEL PERU, T. m.
L.OS
COJVIEflTARIOS HERüES • DE LOS IfíCRS
POK
GARCILASO DE LA VEGA
TOMO III
Anotaciones y Concordancias con las Crónicas de Indias
por
HORACIO H. URTEAGA
MIEMBHd lUC NrMEKO UKI, INSTITUTO HISTORICO IIKL PKKÚ.
LIBRARYOF PRINCETON
FEB 3 2004
THEOLOGICAL SEMINARY
IMPRENTA Y
LIMA
LIBRERIA SANMARTI
MCMXIX
Y Ca.
6901 1
PRI.Vtl^RA PARTE
J .OS í '.OM ENTA R l ( »S REALES DEL INr.A
GARCILASO DR L\ VEGA
TOMO Ili
LIBRO NOVENO
Cnntiene Ins gmndezas ij innnagnimid<ides dp Huaina Capar. Las conquistas que hizo. Los castii/os i'ii di.vpr.so.<i tehclados- FA perdón de Ion Chachapuyas. Elhdcor ii'i/ de Quita a su ti i jo Atahuallpa. La nueva que tuvo de los es- pañolan. La declavaeión del pronástiro que dettns len'tan. Las cosas que los cnstellanns han llevado al Perú que no hálito antes dellos, y las guerras de los dos hermanos reyes Huáscar y Atahuallpa. La^ itrsdichas del unn y las crueldades del otro. — Contiene etiarentn capitidos.
CAPITULO I
HUAINA CAPAC MANDA HACER UNA MARO- MA DE ORO, POR QUE Y PARA QUE
L poderoso Huaina Capac, quedando absoluto señor de su imperio, se ocupó el primer año en cumplir las obsequias de su padre. Luego salió a visitar sus reinos con grandísimo aplauso de los vasallos, que por do quiera que pasaba salían los curacas e indios a cubrir los caminos de flores y juncias, con arcos triunfales que de las mismas cosas ha- cían. Recebíanle con grandes aclama- ciones de los renombres reales, y el que más veces re- petían era el nombre del mismo I nca diciendo: Huaina Ca- pac, Huaina Capac, como que era el nombre que más lo en- grandecía por haberlo merecido desde su niñez; con el cual le dieron también la adoración (como a Diosi en vida. El P. José de Acosta hablando deste príncipe, entre otras grande-
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zas que en su loa escribe dice estas palabras, libro sesto, ca- pítulo veinte y dos. Este Huaina Capac fué adorado de los suyos por dios en vida. Cosa que afirman los viejos que con ninguno de sus antecesores se hizo, &c. Andando en esta visi- ta a los principios della, tuvo el Inca Huaina Capac nueva que era nacido el príncipe heredero que después llamaron Huáscar Inca. Por haber sido este príncipe tan deseado quiso su padre hallarse a las fiestas de su nacimiento; y así se volvió al Cosco con toda la priesa que le fué posible, donde fué rece- bido con las ostentaciones de regocijo y placer que el caso requería. Pasada la solemnidad de la fiesta, que duró más de veinte días, quedando Huaina Capac muy alegre con el nuevo hijo, dió en imaginar cosas grandes y nunca vistas que se in- ventasen para el día que le destetasen y trasquilasen el pri- mer cabello, y pusiesen el nombre propio que como en otra parte dijimos, era fiesta de las más solemnes que aquellos reyes celebraban, y al respecto de allí abajo hasta los más pobres, porque tuvieron en mucho los primogénitos. Entre otras grandezas que para aquella fiesta se inventaron, fué una la cadena de oro tan famosa en todo el mundo, y hasta ahora aún no vista por los extraños, aunque bien deseada. Para mandarla hacer tuvo el Inca la ocasión que diremos. Es de saber que todas las provincias del Perú, cada una de por sí, te- nía manera de bailar diferente de las otras; en la cual se cono- cía cada nación también como en los diferentes tocados que traían en las cabezas. Y estos bailes eran perpetuos que nun- ca los trocaban por otros. Los Incas tenían un bailar grave y honesto, sin brincos, ni saltos, ni otras mudanzas como loí demás hacían. Eran varones los que bailaban, sin consentir que bailasen mugeres entre ellos; asíanse de las manos dando cada uno las suya.s por delante no a los primeros que tenía a sus lados sino a los segundos, y así las iban dando de mano en mano hasta los últimos, de manera que iban encadenados. Bailaban doscientos y trescientos hombres juntos y más, se- gún la solemnidad de la fiesta. Empezaban el baile apartados del príncipe ante quien se hácia. Salían todos juntos, daban tres pasos en compás, el primero hácia atrás y los otros dos hácia delante, que como eran los pasos que en las danzas es- pañolas llaman dobles y represas: con estos pasos yendo y viniendo iban ganando tierra siempre para adelante, hasta ■llegar en medio cerco a donde el Inca estaba: iban cantando a veces ya unos ya otros, por no cansarse si cantasen todos jun- tos. Decían cantares al compás del baile, compuestos en loor del Inca presente y de sus antepasados, y de otros de la misma sangre que por sus hazañas hechas en paz o en guerra eran famosas. Los Incas circunstantes ayudaban al canto porque
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la fiesta fuese de todos. El mismo rey bailaba algunas veces en las fiestas solemnes por solemnizarlas más.
Del tomarse las manos para ir encadenados tomó el Inca Huaina Capac ocasión para mandar hacer la cadena de oro: porque le pareció que era más decente, más solemne y de mayor magestad que fuesen bailando asidos a ella y no a las manos. Este hecho en particular sin la fama común, lo oí al Inca viejo, tío de mi madre, de quien al principio desta his- toria hicimos mención que contaba las antiguallas de sus pasados. Preguntándole yo, qué largo tenía la cadena, me di- jo: que tomaba los dos lienzos de la plaza mayor de! Cosco, que es el ancho y el largo della, donde se hacían las fiestas principales, y que ( aunque para el bailar no era menester que fuera tan larga) mandó hacerla así el Inca para mayor gran- deza suya, y mayor ornato y solemnidad de la fiesta del hijo, cuyo nacimiento quiso solemnizar en estremo. Para los que han visto aquella plaza que los indios llaman Huacaipata, no hay necesidad de decir el grandor della: para los que no !a han visto me parece que tendrá de largo. Norte Sur, doscien- tos pasos de los comunes, que son de a dos pies; y de ancho. Leste Ueste, tendrá ciento cincuenta pasos hasta el mismo arroyo, con lo que toman las casas que por el largo del arroyo hicieron los españoles año de mil quinientos y cincuenta y seis, siendo Garcilaso de la Vega, mi señor, corregidor de aque- lla gran ciudad. De manera que a esta cuenta tenía la cadena trescientos y cincuenta pasos de largo, que son setecientos pies. Preguntando yo al mismo indio por el grueso'della. alzó la mano derecha y señalando la muñeca dijo: que cada esla- bón era tan grueso como ella. El contador general Agustín de Zárate, libro primero, cap. catorce, (1) ya por mí otra vez alegado, cuando hablamos de las increíbles riquezas de las casas reales de los Incas, dice cosas muy grandes de aquellos tesoros. Parecióme repetir aquí lo que dice en particular de aquella cadena, que es lo que se sigue sacado a la letra: al tiem- po que le nació un hijo mandó hacer Guainacaba una maroma de oro, tan gruesa (según hay muchos indios vivos que lo dicen) que asidos a ella doscientos indios orejones, no la le- vantaban muy fácilmente: y en memoria desta señalada joya llamaron al hijo Huasca, que en su lengua quiere decir soga, con el sobrenombre de Inga, que era de todos los reyes, como los emperadores romanos se llamaban Augustos, &c. Hasta aquí es de aquel caballero historiador del Perú. Esta pieza tan rica y soberbia escondieron los indios con el demás tesoro,
(1) En sil ulira IJisIniiii del l'nú. I)c rsUi ii)jra <r lian lirclin v arias i'iliciu- nes siendo las luás populares la francesa du Tciiiaux Cnmpaiis y la fSiiaMola de Vediu, en histori.suores primitu ub de j.mjias.
que desaparecieron luego que los españoles entraron en la tierra, y fué de tal suerte que no hay rastro della. Pues como aquella joya tan grande, rica y soberbia se estrenase al tres- quilar y poner el nombre al niño principe heredero del impe- rio, demás del nombre propio que le pusieron, que fué Inti Cusí Huallpa, le añadieron por renombre el nombre Huáscar, para dar más ser y calidad a la joya, Huascaquiere decir soga: y porque los indios del Perú no supieron decir cadena la lla- maban soga, añadiendo el nombre del metal de que era la soga, como acá decimos cadena de oro, o de plata, o de hierro y porque en el príncipe no sonase mal el nombre Huasca por su significación, para quitársela le disfrazaron con la r añadi- da en la última sílaba; porque con ella no significaba nada, y quisieron que retuviese la denominación de Huasca, pero no la significación de soga: desta suerte fué impuesto el nombre Huáscar a aquel príncipe, y de tal manera se le apropió, que sus mismos vasallos le nombraban por el nombre impuesto y no por el propio que era Inti Cusi Huallpa, quiere decir Huallpa sol de alegría: que ya como en aquellos tiempos se veían los Incas tan poderosos, y como la potencia por la ma- yor parte incite a los hombres a vanidad y soberbia, no se preciaron de poner a su príncipe algún nombre de los que hasta entonces tenían por nombres de grandeza y magestad. sino que se levantaron hasta el cielo y tomaron el nombre del que hoaraban y adoraban por dios, y se lo dieron a un hom- bre llamándole Inti, que en su lengua quiere decir sol: Cusi quiere decir alegría, placer, contento y regocijo' y esto baste de los nombres y renombres del príncipe Huáscar Inca. Y volviendo a su padre Huaina Capac, es de saber, que habien- do dejado el orden y traza de la cadena y de las demás gran- dezas, y que para la solemnidad de el tresquilar y poner nom- bre a su hijo se debían de hacer, volvió a la vista de su reino que dejó empezada, y anduvo en ella más de dos aaos^ hasta que fué tiempo de destetar el niño: entonces volvió al Cosco, donde se hicieron las fiestas y regocijos que se pueden imagi- nar, poniéndole el nombre propio y el renombre Huáscar.
CAPITULO II
KEDUCENSE DE SU GRADO DIEZ VALLES DE LA COSTA' Y TUMPIS SE RINDE.
UN año después de aquella solemnidad mandó Huaina Capac levantar cuarenta mi! hombres de guerra, y con ellos fué al reino de Quitu, y de aquel viaje tomó por con- cubina la hija primogénita del rey que perdió aquel reino, la cual estaba días había en la casa de las escogidas. Hubo en ella Atahuallpa y a otros hermanos suyos que en la historia veremos. De Quitu bajó el Inca a los Llanos, que es la costa de la mar, con deseo de hacer su conquista. Llegó al valle llamado Chimu, que es ahora Trujillo, hasta donde su abuelo el buen Inca Yupanqui dejó ganado y conquistado a su im- perio, como queda dicho De allí envió los requerimientos acostumbrados de paz o de guerra a los moradores del valle de Chacma y Pacasmayu, qué está más adelante: los cuales como había años que eran vecinos de los vasallos del Inca, y sabían la suavidad del gobierno de aquellos reyes habían muchos días que deseaban el señorío dellos; y así respondieron que holgaban mucho ser vasallos del Inca, y obedecer sus le- yes y guardar su religión. Con el ejemplo de aquellos valles hicieron lo mismo otros ocho que hay entre Pacasmayu y Tumpis, que son Saña, Collque, Cintu, Tucmi, Sayanca, Mu- tupi, Puchiu, Sullana: en la conquista de los cuales gastaron dos años, más en cultivarles las tierras y sacar acequias para el riego, q' no en sujetarlos, porque los más se dieron de muy buena gana. En este tiempo mandó el Inca renovar su ejér- cito tres o cuatro veces, que como unos veniesen se fuesen otros, por el riesgo que de su salud los mediterráneos tienen andando en la costa, por se res ta tierra caliente y aquella f ria.
Acabada la conquista de aquellos valles se volvió el Inca a Quitu, donde gastó dos años ennobleciendo aquel reino con
suntuosos edificios, con grandes acequias para los riegos y con muchos beneficios que hizo a los naturales. Pasado aquel espacio de tiempo mandó apercibir un ejército de cincuenta mil hombres de guerra, y con ellos bajó a la costa de la mar hasta ponerse en el valle de Sullana, que es el mar cercano a Tumpis. de donde envió los requerimientos acostumbrados de paz o de guerra. Los de Tumpis era gente más regalada y viciosa q' toda la demás, que por la costa de la mar hasta allí habían conquistado los Incas: traía esta nación por divisa en la cabeza un tocado como guirnalda que llaman Pillu. Los caciques tenían truhane5, chocarreros, cantores y baila- dores, que le--- daban solaz y contento. Usaban el nefando, adoraban tigres y leones, sacrificándoles corazones de hom bres y sangre hurnana. Eran muy servidor de los suyos y te- midos de los ágenos: más con todo eso no osaron resistir a! Inoa temiendo su gran poder. Respondieron que de^ buena gana le obedecían y recehían por señor. Lo mismo respon- dieron otros valles de !a costa y otras naciones de la tierra adentro que se llaman, Chunana. Chintuy, CoUonche, Yaquall y otras muchas que hay por aquella comarca.
CAPITULO lil
EL CASTIGO DE LOS QUE MATARON LO? MINISTROS DE TUPAG
INCA y UFANO UI.
EL Inca entró en T'impis. y entre otras obras reales, man- dó hacer una hermosa fortaleza, donde puso guarnición de gente de guerra: hicieron templo para el so' y cata de sus vírgenes escogidas: lo cual concluido, entró en la tierra adentro a las provincias que mataron los capitanes y los mi- nistros de su ley. y 'os ingeniosos y maestros; que su padre Tupac Inca Yupanqui les había enviado para la doctrina y enseñanza de aquellas gentes, como atrás queda dicho: las cuales provincias estaban atemorizadas con la memoria de su delito. Huaina Capac les envió mensageros mandándoles viniesen luego a dar razón de su mal hecho y a recebir el cas- tigo merecido. No osaron resistir aquellas naciones, porque su ingratitud y traición les acusaba, y el gran poder del Inca Ies amedrentaba; y así vinieron rendidos a pedir misericordia de su delito.
El Inca mandó que se juntasen todos los curacas, y lo-^ embajadores, y consejeros, capitanes y hombres nobles, que se hallaron en consultar y llevar la embajada que a su padre hicieron, cuando le pidieron los ministros que le mataron; porque quería hablar con todos ellos juntos. Y habiéndose juntado, un maese de campo por orden del Inca, les hizo una plática, vituperando su traición, alevosía y crueldad, que habiendo de adorar al Inca y a sus ministros por los benefi- cios que les hacían en sacarlos de ser brutos y hacerlos hom- bres, los hubiesen muerto tan cruelmente y con tanto desa- cato del Inca hijo del sol; por lo cual eran dignos de castigo,
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digno de su maldad: y que habiendo de ser castigados como ellos lo merecían, no había de quedar de todas sus naciones sexo ni edad. Empero el Inca Huaina Capac. usando de su natural clemencia, y preciándose del nombre Huacchacuyac. que es amador de pobres, perdonaba toda gente común, y que a los presentes que habían sido autores y ejecutores de la traición, los cuales merecían la muerte por todos los suyos, también se les perdonaba, con que para memoria y castigo de su delito, degollasen solamente la décima parte dellos. Para lo cual de diez en diez echasen suerte entre ellos, y que mu- riesen los más desdichados; porque no tuviesen ocasión de decir que con enojo y rencor habían elegido los más odiosos. Asimismo mandó el Inca que a los curacas y a la gente prin- cipal de la nación H uancavillca, que habían sido los principa- les autores de la embajada y de la traición, sacasen a cada uno dellos y a sus descendientes para siempre dos dientes de los altos y otros dos de los bajos, en memoria y testimonio de que habían mentido en las promesas que al gran Tupac Inca Yu- panqui su padre habían hecho, de fidelidad y vasallage.
La justicia y castigo se ejecutó y con mucha humildad lo recibieron todas aquellas naciones, y se dieron por dicho- sos: porque habían temido los pasaran a cuchillo por la trai- ción que habían hecho: porque ningún delito se castigaba con tanta severidad como la rebelión, después de haberse suje- tado al imperio de los Incas: porque aquellos reyes se daban por muy ofendidos, de que en lugar de agradecer los muchos beneficios que les hacían, fuesen tan ingratos que habiéndo los esperimentado.se rebelasen y matasen a los ministros del Inca. Toda la nación Huancavillca (de por si) recibió cbn más humildad y sumisión el castigo que todos los demás: por- que como autores de la rebelión pasada, te mían su total des- truición: nnás cuando vieron el castigo tan piadoso, y ejecu- tado en tan pocos, y que el sacar los dientes era en particular a los curacas y capitanes, lo tomó toda la nación por favor no por castigo: y así todos los de aquella provincia, hombres y mugeres, de común consentimiento tomaron por blasón e insignia la pena que a sus capitanes dieron, solo porque lo había mandado el Inca, y se sacaron los dientes, y de allí en adelante los sacaban a sus hijos e hijas, luego que los habían mudado: de manera que como gente bárbara y rústica, fue- ron más agradecidos a la falta del castigo que a la sobra de los beneficios.
Una india desta nación conocí en el Cosco en casa de mi padre que contaba largamente esta historia. Los Huancavill- cas, hombres y mugeres, se horadaban la ternilla de las nari-
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ees para traer un joyelito de oro o de plata colgado a ella. Acuérdeme haber conocido en mi niñez un caballo castaño, que fué de un vecino de mi pueblo que tuvo indios, llamado Fulano de Coca: el caballo era muy bueno, y porque le faltaba aliento, le horadaron las narices por cima de las ventanas. Los indios se espantaron de ver la novedad, y por escelencia llamaban al caballo H uancavillca. por decir que tenía horada das las narices.
CAPITULO IV
VISITA EL INCA SU IMPERIO. CONSULTA LOS ORACULOS. CANA
L Inca Huaina Capac. habiendo castigado y reducido
a su servicio aquellas provincias, y dejado en ellas la
gente de guarnición necesaria, subió a visitar el reino de Quitu y desde allí revolvió al Mediodía, y fué visitando su imperio hasta la ciudad del Cosco, y pasó hasta las Charcas que son más de setecientas leguas de largo. Envió a visitar el reino de Chile, de donde a él y a su padre trajeron mucho oro; en la cual visita gastó casi cuatro años. Reposó otros dos en el Cosco. Pasado este tiempo, mandó levantar cincuen- ta mil hombres de guerra de las provincias del distrito Chin- chasuyu. que son al Norte del Cosco: mandó que se juntasen en los términos de Tumpis. y él bajó a los Llanos, visitando los templos del sol que había en las provincias principales de aquel paragé. Visitó el rico templo de Pachacamac que ellos adoraban por dios no conocido. Mandó a los sacerdotes con- sultasen al demonio que allí hablaba, la conquista que pensa- ba hacer: fuéle respondido que hiciese aquella, y más las que quisiese, que de todas saldría victorioso porque lo había ele- gido para señor de las cuatro partes del mundo. Con esto pasó al valle de Rimac do estaba el famoso ídolo hablador:mandó consultarle su jornada por cumplir lo que su bisabuelo capi- tuló con los yuncas, que los Incas tendrían en veneración aquel ídolo: y habiendo recebido su respuesta, que fué de mu- chas bachillerías y grandes lisonjas, pasó adelante visitando los valles que hay hasta Tumpis. Llegado allí envió los aper- cibimientos acostumbrados de paz o de guerra a los naturales de la isla llamada Puna, q' está no lejos de Tierra- Firme, fértil y abundante de toda cosa. Tiene la isla de contorno 12 leguas (60 Kms.)cuyo señor había por nombre Tumpalla, el cual es- taba soberbio, porque nunca él ni sus pasados habían recono-
LA ISLA PUNA.
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cido superior, antes lo presumían ser de todos sus contarcanos los de Tierra- Firme: y así tenían guerra unos con otros; la cual discordia fué causa que no pudiesen resistir al Inca, que estando todos conformes pudieran defenderse largo tiempo. Tumpalla (que demás de su soberbia era vicioso, regalado, tenía muchas mugeres y bardajes, sacrificaba corazones y sangre humana a sus dioses, que eran tigres y leones, sin el dios común, que los indios de la costa tenían, que era la mar y los peces, que en más abundancia mataban para su comer) recibió con mucho pesar y sentimiento el recaudo del Inca; y para responder a él llamó a los más principales de su isla y con gran dolor les dijo; la tiranía agena tenemos a las puertas de nuestras casas, que ya nos amenaza quitárnoslas y pasar- nos a cuchillo, si no le recebimos de grado; y si le admitimos por señor nos ha de quitar nuestra antigua libertad, mando y señorío, que tan de atrás nuestros antepasados nos dejaron; y no fiando de nuestra fidelidad nos han de mandar labrar torres y fortalezas, en que tenga su presidio y gente de guar- nición, mantenida a nuestra costa, para que nunca aspiremos a la libertad. Hános de quitar las mejores posesiones que te- nemos, y las mugeres y hijas más hermosas que tuviéremos; y lo que es m::s de sentir, que nos han de quitar nuestras an- tiguas costumbres y darnos leyes nuevas, mandarnos adorar dioses ágenos, y echar por tierra los nuestros proprios y fami- liares. Y en suma ha de hacernos vivir en perpétua servidum- bre y vasallage: lo cual no sé si es peor que morir de una vez; y pues esto va por todos, os encargo miréis lo que nos convie- ne, y me aconsejéis lo que os pareciere más acertado. Los i'n- dios platicaron gran espacio unos con otros entre sí, lloraron las pocas fuerzas que tenían para resistir las de un tirano tan poderoso, y que los comarcanos de la Tierra-Firme antes estaban ofendidos que obligados a socorrerlos por las guerri- llas, que unos a otros se hacían. Viéndose desamparados de toda esperanza de poder sustentar su libertad, y que habían de perecer todos si pretendían defenderla por armas', acor- daron efegir lo que les pareció menos malo, y sujetarse al Inca con obediencia y amor fingido y disimulado, aguardando tie mpo y ocasión para librarse de su imperio cuando pudiesen. Con este acuerdo, el curaca Tumpalla no solamente respondió a los mensageros del Inca con toda paz y sumisión, más envió embajadores propios con grandes presentes que en su nombre y de todo su estado le diesen la obediencia y vasallaje que el Inca pedía, y le suplicasen tuviese por bien de favorecer sus nuevos vasallos y toda aquella isla con su real presencia, que para ellos sería toda la felicidad que podían desear.
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El Inca se dio por bien servido del curaca Tumpalla mandó toma»- la posesión de su tierra, y que aderezasen lo necesario para pasar el ejército a la isla. Todo lo cual proveído con la puntualidad que ser pudo, conforme a la brevedad del tiempo, más no con el aparato y ostentación que Tumpa- lla y los suyos quisieran, pasó el Inca a la isla, donde fué rece- bido con mucha solemnidad de fiestas y bailes, cantares, com- puestos de nuevo en loor de las grandezas de Huaina Capac. Aposentáronle en unos palacios nuevamente labrados, a lo menos lo que fué menester para la persona del Inca; porque no era decente a la persona real dormir en aposento en que otro hubiese dormido. Huaina Capac estuvo algunos días en la isla, dando órden en el gobierno della conforme a sus le- yes y ordenanzas. Mandó a los naturales della y a sus comar- canos, los que vivían en Tierra- Firme, que era una gran behe- tría de varias naciones y diversas lenguas (que también se habían rendido y sujetado al Inca), que dejasen sus dioses no sacrificasen sangre ni carne humana, ni la comiesen, ni usa- sen el nefando: adorasen al sol por universal dios, viviesen como hombres en ley de razón y justicia. Todo lo cual les man- daba como Inca hijo del sol, legislador de aquel gran imperio, que no lo quebrantasen en todo, ni an parte, so pena de la vida. Tumpalla y sus vecinos dijeron que así lo cumplirían como el Inca lo mandaba.
Pasada la solemnidad y fiesta del dar la ley y preceptos del Inca, considerando los curacas más despacio el rigor de las leyes, y cuán en contra eran de las suyas, y de todos sus regalos y pasatiempos, haciéndoseles grave y riguroso el im- perio ageno, deseando volverse a sus torpezas, se conjuraron los de la isla con todos sus comarcanos los de la Tierra- Firme, para matar al Inca y a todos los suyos debajo de traición, a la primera ocasión que se les ofreciese. Lo cual consultaron con sus dioses desechados, volviéndolos de secreto a poner en lugares decentes, para volver a la amistad dellos y pedir su favor. Hiciéronles muchos sacrificios y grandes promesas, pidiéndoles orden y consejo, para emprender aquel hecho, y la respuesta del suceso si sería próspero o adverso. Fuéles di- cho por el demonio que lo acometiesen, que saldrían con su empresa, porque tendrían el favor y amparo de sus dioses naturales; con lo cual quedaron aquellos bárbaros tan enso- berbecidos, que estuvieron por acometer el hecho sin más di- latarlo, si los hechiceros y adevinos no lo estorbaran con de- cirles que se aguardase alguna ocasión para hacerlo con me- nos peligro, y más seguridad; que esto era consejo y aviso de sus dioses,
CAPITULO V.
MATAN LOS DE PUNA A LOS CAPITANES DE HUAINA CAPAC
ENTRE tanto que los curacas maquinaban su traición, el Inca Huaina Capac y su consejo entendían en el gobier- no y vida política de aquellas naciones, que por la mayor parte se gastaba más tiempo en esto que en sujetarlos. Para lo cual fué menester enviar ciertos capitanes de la sangre real a las naciones que vivían en Tierra- Firme, para que co- mo a todas las demás de su imperio las doctrinasen en su vana religión, leyes y costumbres: mandóles llevasen gente de guar- nición para presidios, y para lo que se ofreciese en negocios de guerra. Mandó a los naturales llevasen aquellos capitanes por la mar en sus balsas, hasta la boca de un río donde conve- nía se desembarcasen para lo que iban a hacer. Dada esta orden, el Inca se volvió a Tumpis a otras cosas importantes al mismo gobierno, que no era otro el estudio de aquellos prín- cipes, sino córr:o ' acer hien a su? /asalloí; que muy propia- meiite le Ilam'j el P. V. ^la^ Valera padre de fanüias y tutor solícito de pupilos. Quizá les puso estos nombres, interpretan- do uno de los que nosotros hemos dicho que aquellos indios daban a srs Inca':;, que era llamarles amador y bienhechor de pobres.
Los capitanes, luego que el rey salió de la isla, ordenaron de ir donde les era mandado. Mandaron traer balsas para pa- sar aquel brazo de mar: los curacas que estaban confederados, viendo la ocasión que se les ofrecía para ejecutar su traición, no quisieron traer todas las balsas que pudieran; para llevar los capitanes Incas en dos viages, para hacer dellos más a su salvo lo que habían acordado, que era matarlos en la mar. Embarcóse la mitad de la gente con parte de los capitanes: los unos y los otros eran escogidos en toda la milicia que en-
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tonces había. Llevaban muchas .galas y arreos, como gente que andaba más cerca de la persona real, y todos eran Incas o por sangre o por el privilegio del primer Inca: llegando a cierta parte de la mar donde los naturales habían determi- nado ejecutar su traición, desataron y cortaron las sogas con que iban atados los palos de las balsas, y en un punto echaron en la mar los capitanes y toda su gente que iba descuidada, y confiada en los mareantes, los cuales con los remos y con las mismas armas de los I ncas, convirtiéndolas contra sus dueños, los mataron todos sin tomar ninguno a vida: y aunque los Incas querían valerse de su nadar para salvar las vidas, por- que los indios comunmente saben nadar, no les aprovechaba, porque los de la costa, como tan ejercitados en la mar, hacen a los mediterráneos encima de el agua y debajo della la misma ventaja que los animales marinos a los terrestres. Así queda- ron con la victoria los de la isla, y gozaron de los despojos que fueron muchos y muy buenos, y con gran fiesta y regoci- jo, saludándose de unas balsas a otras, se daban el parabién de su hazaña, entendiendo, como gente rústica y bárbara, que no solamente estaban libres del poder del Inca, pero que eran poderosos para quitarle el imperio. Con esta vana presun- ción volvieron con toda la disimulación posible por los capi- tanes y soldados que habían quedado en la isla, y los llevaron donde habían de ir, y en el mismo puesto y en la misma for- ma que a los pri meros, mataron a los segundos. Lo mismo hi- cieron en la isla y en las demás provincias confederadas, a los q' en ellas habían quedado por gobernadores y ministros de la justicia y de la hacienda del sol y del Inca: matáronlos con gran crueldad y mucho menosprecio de la persona real. Pusieron las cabezas a las puertas de sus templos, sacrificaron los corazones y la sangre a sus ídolos, cumpliendo con esto la promesa que al principio de su rebelión les habían hecho, <:i los demonios les diesen su favor y ayuda para la traición.
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CAPITULO VI
EL CASTIGO QUE SE HIZO EN LOS REBELADOS
ABIDO por el Inca Huaina Capac todo el mal suceso,
mostró mucho sentimiento por la muerte de tantos va^
roñes de su sangre real, tan esperlmentados en paz y en guerra, y que hubiesen quedado sin sepultura para manjar de peces. Cubrióse de luto para mostrar su dolor. El luto de aquellos reyes era el color pardo, que acá llaman bellori. Pa- sado el llanto rr^ostró su ira. Hizo llamamiento de gente, y teniendo la necesaria, fué con gran presteza a las provincias rebeladas que estaban en Tierra- Firme; íuélas sujetando con mucha facilidad, porque ni tuvieron ánimo militar, ni conse- jo ciudadano para defenderse, ni fuerzas para resistir las del I nca.
Sujetadas aquellas naciones pasó a la isla: los naturales della hicieron alguna resistencia por la mar, más fué tan poca, que luego se dieron por vencidos. El Inca mandó prender to- dos los principales autores y consejeros de la rebelión, y a los capitanes y soldados de más nombre que se habían hallado en la ejecución y muerte de los gobernadores, y ministros de la justicia y de la guerra, a los cuales hizo una plática un mae- se de campo de los del Inca, en que les afeó su maldad y trai- ción, y la crueldad q' usaron con los que andaban estudiando en el beneficio dellos, y procurando sacarlos de su vida ferina, y pasarlos a la humana. Por lo cual, no pudiendo el Inca usar de su natural clemencia y piedad, porque su justicia no le permitía, ni la maldad del hecho era capaz de remisión alguna, mandaba el Inca fuesen castigados con pena de muerte, dig- na de su traición y alevosía. Hecha la notificación de la sen- tenciaba ejecutaron con diversas muertes (como ellos las die- ron a los ministros del Inca) que a unos echaron en la mar con
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grandes pesgas, a otros pasaron por las picas, en castigo de haber puesto las cabezas de los Incas a las puertas de sus tem- plos en lanzas y picas: a otros degollaron y hicieron cuartos; a otros mataron con sus propias armas, como ellos habían hecho a los capitanes y soldados; a otros ahorcaron. Pedro de Cieza de León habiendo contado esta rebelión y su castigo más largamente que otro hecho alguno de los Incas, sumando lo que atrás a la larga ha dicho, dice estas palabras, que son del capítulo cincuenta y tres. Y así fueron muertos con dife- rentes especies de muertes muchos millares de indios, y em- palados y ahogados no pocos de los principales que fueron en el consejo. Después de haber hecho el castigo bien grande y temeroso. Huaina Capac mandó que en sus cantares en tiem- pos tristes y calamitosos, se refiriese la maldad que allí se co- metió. Lo cual con otras cosas recitan ellos en sus lenguas, como a manera de endechas; y luego intentó de mandar hacer por el río de Guayaquile, que es muy gi*ande, una calzada, que cierto según parece por algunos pedazos que della se ven, era cosa soberbia; más no se acabó ni se hizo por entero lo que él quería, y llámase esto que digo el Paso de Huaina Capac: y hecho este castigo, y mandado que todos obedeciesen a su gobernador que estaba en la fortaleza de Tumpis. y ordena- das otras esas, el Inca salió de aquella comarca; hasta aquí es-de Pddrode Cie^a da León. (2)
(V) rn' la Ciúnicn del Perú, o sen la Primera l^aitr dr sii oíiia íiist(Silca.
CAPITULO Vil
MOTIN DE LOS CHACHAPUYAS, Y LA MAGNANIMIDAD DE HUAINA CAPAC.
/INDANDO el rey Huaina Capac dando orden en volverse f \ al Cosco, y visitar sus reinos, vinieron muchos caciques de aquellas provincias de la costa, que había reducido a su imperio con grandes presentes de todo lo mejor que en sus tierras tenían; y entre otras cosas le trujeron un león y un tigre fierísimos, los cuales el Inca estimó en mucho, y man- dó que se los guardasen y mantuviesen con mucho cuidado. Adelante contaremos una maravilla que Dios nuestro Señor obró con aquellos animales en favor de los cristianos por la cual, los indios los adoraron diciendo que eran hijos del sol. El Inca Hu'aina Capac salió de Tumpis, dejando lo necesario para el gobierno de la paz y de la guerra, fué visitando a la ida la mitad de su reino a la larga, hasta los Chichas, que es lo último del Perú, con intenciones de volver visitando la otra mitad que está más al Oriente. Desde los Chichas envió visitadores al reino de Tucma, que los españoles llaman Tu- cumán; también los envió al reino de Chile. Mandó que los unos y los otros llevasen mucha ropa de vestir de la del Inca, con otras muchas preseas de su persona, para los gobernado- res, capitanes y ministros regios de aquellos reinos, y para los curacas naturales dellos, para que en nombre del Inca les hi- ciesen merced de aquellas dádivas, que tan estimadas eran entre aquellos indios. En el Cosco, a ida y vuelta, visitó la fortaleza, que ya el edificio della andaba en acabanzas, puso las manos en algunas cosas de la obra, para dar ánimo y favor a los maestros mayores, y a los demás trabajadores que en ella andaban. Hecha la visita en que se ocupó más de cuatro años, mandó levantar gente para hacer la conquista adelante de Tumpis, la costa de la mar hácia el Norte, hallándose el
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Inca en la provincia de los Cañaris, que pensaba ir a Quitu, para de allí bajar a la conquista de la costa, le trajeron nue- vas que la gran provincia de los Chachapuyas, viéndole ocupa- do en guerras y conquista de tanta importancia, se había rebelado confiada en la aspereza de su sitio, y en la mucha y muy belicosa gente que tenía, y que debajo de amistad ha- bían muerto los gobernadores y capitanes del Inca, y que de los soldados habían muerto muchos y preso otros muchos, con intención de servirse dellos como de esclavos. De lo cual recebió Huaina Capac grandísimo pesar y enojo, y mandó que la gente de guerra, que por muchas partes caminaba a la costa, revolviese hacia la provincia Chachapuya. donde pen- saba hacer un rigoroso castigo: y él se fué al parage donde se habían de juntar los soldados. Entretanto que la gente se recogía, envió el Inca mensageros a los chachapuyas que les requiriesen con el perdón, si se reducían a su servicio. Los cuales en lugar de dar buena respuesta, maltrataron a los mensageros con palabras desacatadas, y los amenazaron de muerteicon lo cual se indignó el Inca deltodo.ydió más priesa a recoger la gente. Caminó con ella hasta un río grande, donde tenían apercebidas muchas balsas de una madera muy ligera, • que en la lengua general del Perú llaman Chuchau.
El Inca, pareciéndole que a su persona y ejército era indecente pasar el río en cuadrillas de seis en seis, y de siete en siete, en las balsas, mandó que dellas hiciesen una puente, juntándolas todas como un zarzo echado sobre el agua. Los indios de guerra y los de servicio, pusieron tanta diligencia, que un día natural hicieron la puente. El Inca pasó con su ejército en escuadrón formado, y a mucha priesa caminó ha- cia Cassamarquilla. que es uno de los pueblos principales de aquella provincia; iba con propósito de los destruir y asolar, porque este príncipe se preció siempre de ser tan severo y ri- guroso con los rebeldes y pertinaces, como piadoso y manso con los humildes y sujetos.
Los amotinados, habiendo sabido el enojo del Inca, y la pujanza de su ejercito, conocieron tarde su delito, y temieron el castigo, que estaba ya muy cerca. Y no sabiendo qué reme- dio tomar, porque les parecía que demás del delito principal la pertinacia y el término que en el responder a los requiri- mientos del Inca habían usado, tendrían cerradas las puertas de su misericordia y clemencia, acordaron desamparar sus pueblos y casas, y huir a los montes; y así lo hicieron todos los que pudieron. Los viejos que quedaron con la demás gente inútil, como más esperi mentados, trayendo a la memoria la generosidad de Huaina Capac, que no negaba petición que
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mujer alguna le hiciese, acudieron a una matrona chachapuya, natural de aquel pueblo Cassamarquilla. que había sido mu- ger del gran Tupac Inca Yupanqui, una de sus muchas con- cubinas, y con el encarecimiento y lágrimas que el peligró presente requería, le dijeron que no hallaban otro remedio ni esperanza para que ellos y sus mugeres y hijos, y todos sus pueblos y provincias no fuesen asolados, sino que ella fue.se a suplicar al Inca su hijo los perdonase.
La matrona, viendo que también ella y toda su parentela, sin escepción alguna, corrían el mismo riesgo, salió a toda diligencia acompañada de otras muchas mugeres de todas edades, sin consentir que hombre alguno fuese con ellas y fué al encuentro del Inca, al cual halló casi dos leguas de Ca- ssamarquilla; y postrada a sus piés con grande ánimo y valor, le dijo: solo, señor, ¿dónde vas? ; no ves que vas con ira y eno- jo a destruir una provincia que tu padre ganó y redujo a tu imperio?; ¿no adviertes que vas contra tu misma clemencia y piedad?;¿no consideras que mañana te ha de pesar de haber ejecutado hoy tu ira y saña, y quisieras no haberlo hecho?; ¿porqué no te acuerdas del renombre Huacchacuyac, que es Amador de Pobres del cual te precias tanto? ; r>porqué no has lástima de estos pobres de juicio, pues sabes que es la mayor pobreza y miseria de todas las humanas? Y aunque ellos no lo merezcan, acuérdate de tu padre que los conquistó para que fuesen tuyos. Acuérdate de tí mismo que eres hijo del sol: no permitas que un accidente de la ira manche tus grandes loo- res pasados, presentes y por venir, por ejecutar un castigo inútil, derramando sangre de gente que ya se te ha rendido. Mira q' cuanto mayor hubiere sido el delito y la culpa destos miserables, tanto más resplandecerá tu piedad y clemencia. Acuérdate de la que todos tus antecesores han tenido, y cuan- to se preciaron de ella; mira que eres la suma de todos ellos. Suplicóte por quien eres, perdones estos pobres; y si no te dignas de concederme esta petición, a lo menos concédeme, que pues soy- natura! desta provincia, que te ha enojado, sea yo la primera en quien descargues la espada de tu justicia, porque no vea la total destruición de los míos.
Dichas estas palabras calló la matrona Las demás in- dias que con ella habían venido, levantaron un alarido y llan- to lastimero, repitiendo muchas veces los renombres del Inca, diciéndole: solo señor, hijo del sol, amador de pobres, Huai- na Capac, ten misericordia de nosotras y de nuestros padres, maridos, hermanos y hijos.
El Inca estuvo mucho rato suspenso, considerando las razones de la Mamacuna; y como a ellas se añadiese el clampr
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y lágrimas, que con la misma petición las otrasindias derra- maban, doliéndose de ellas, y apagando con su natural piedad y clemencia los fuegos de su justa ira. fué a la madrastra, y levantándola del suelo, le dijo: bien parece que eres Maman- chic, que es madre común (quiso decir: madre mía. y de los tuyos) pues de tan lejos miras y previenes lo que a mi honra, y a la memoria de la magestad de mi padre conviene, yo te lo agradezco muy mucho: que no hay duda, sino que, como has dicho, mañana me pesará de haber ejecutado hoy mi saña. También hiciste oficio de madre con los tuyos, pues con tanta eficacia has redimido sus vidas y pueblos: y pues a todos nos has sido tan buena madre, hágase lo que mandas, y mira si tienes más que mandarme. Vuélvete en hora buena a los tu- yos, y perdónales en mi nombre, y hazles cualquiera otra mer- ced y gracia que a tí te parezca; y diles que sepan agradecér- tela; y para mayor certificación de que quedan perdonados, llevarás contigo cuatro Incas, hermanos míos y hijos tuyos, que vayan sin gente de guei^ra, no más de con los ministros necesarios, para ponerlos en toda paz y buen gobierno. Dicho esto se volvió el Inca con todo su ejército: mandó encaminar- lo hácia la costa, como había sido su primer intento.
Los Chachapuyas quedaron tan convencidos de su delito, y de la clemencia del Inca que de allí adelante fueron muy leales vasallos; y en memoria y veneración de aquella magna- nimidad que con ellos se usó, cercaron el sitio donde pasó el coloquio de la madrastra con su alnado Huaina Capac, para que como lugar sagrado (por haberse obrado en él una hazaña tan grande) quedase guardado, para que ni hombres, ni ani- males, ni aún las aves, si fuese posible, no pusiesen los piés en él. Echáronle tres cercas al derredor. La primera fué de cantería muy pulida, con su cornija por lo alto. La segunda de una cantería tosca, para que fuese guarda de la primera cerca. La tercera cerca fué de adobes, para que guardase las otras dos. Todavía se ven hoy algunas reliquias dellas. Pu- dieran durar muchos siglos, según su labor, más no lo consin- tió la cudicia, que buscando tesoros en semejaTites puestos, las echó todas por tierra.
CAPITULO VII I
DIOSES Y COSTUMBRES DE LA NACION MANTA, Y SU REDUCION Y LAS DE OTRAS MUY BARBARAS.
HUAINA Capac enderezó su viage a la costa de la mar, para la conquista que allí deseaba hacer. Llegó a los con- fines de la provincia que há p"or nombre Manta, en cuyo distrito está el puerto que los españoles llaman Puerto Viejo; por qué lo llamaron así, dijimos al principio desta historia. Los naturales de aquella comarca, en muchas leguas de la costa hacia el Norte, tenían unas mismas costumbres y una misma idolatría. Adoraban la mar y los peces que más en abundancia mataban para comer. Adoraban tigres y leon&s, y las culebras grandes, y otras sabandijas, como se les anto- jaba: entre las cuales adoraban en el valle de Manta, que era como metrópoli de toda aquella comarca, una gran esmeralda, que dicen era poco menor que un huevo de avestTuz. En sus fiestas mayores la mostraban, poniéndola en público: los in- dios venían de muy lejos a le adorar, y sacrificar, y traer pre- sentes de otras esmeraldas menores porque los sacerdotes y el cacique de Manta les hacían entender, que era sacrificio y ofrenda muy agradable- para la diosa esmeralda mayor; que le presentasen las otras menores porque eran sus hijas. Con esta avarienta doctrina juntaron en aquel pueblo mucha can- tidad de esmeraldas, donde las hallaron don Pedro de Alva- rado y sus compañeros, que uno dellos fué Garcilaso de la Vega, mi señor, cuando fueron a la conquista del Perú, y que- braron en una bigornia la mayor parte dellas, diciendo (co- mo no buenos lapidarios) que si eran piedras finas no se ha- bían de quebrar, por grandes golpes que las diesen; y si se quebraban, eran vidrios, y no piedras finas: la que adoraban por diosa desaparecieron los indios luego que los españoles entraron en aquel reino; y de tal manera la escondieron, que por muchas diligencias y amenazas que después acá por ella se han hecho, jamás ha parecido, como ha sido de otro infinito tesoro, que en aquella tierra se ha perdido.
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Los naturales de Manta y su comarca, en particular los de la costa (pero no los de la tierra adentro, que llaman se- rranos) usaban la sodomía más al descubierto, y más desver- gonzadamente que todas las demás naciones que hasta ahora hemos notado deste vicio. Casábanse debajo de condición, que los parientes y amigos del novio gozaban primero de la novia, que no el marido. (3) Desollaban los que cautivaban en sus guerras, y henchían de cenizas los pellejos de manera que parecían lo que eran; y en señal de victoria los colga- ban a las puertas de sus templos, y en las plazas donde hacían sus fiestas y bailes.
El Inca les envió los requirimientos acostumbrados, que se apercibiesen para la guerra, o se rindiesen a su imperio. Los de Manta, de mucho atrás, tenían visto, que no podían resistir al poder del Inca; y aunque habían procurado aliarse a defensa común con las muchas naciones de su comarca, no habían podido reducirlos a unión y conformidad, porque las más eran behetrías, sin ley ni gobierno; por lo cual los unos y los otros se rindieron con mucha facilidad a Huaina Capac. El Inca los recibió con afabilidad, haciéndoles mercedes y regalos, y dejando gobernadores y ministros que les enseñasen su idolatría, leyes y costumbres, pasó adelante en su conquis- ta a otra gran provincia, llamada Caranque. En su comarca hay muchas naciones, todas eran behetrías, sin ley ni gobierno. Sujetáronse fácilmente, porque no aspiraron a defenderse, ni pudieran aunque quisieran, porque ya no había resistencia para la pujanza del Inca, según era grande: con estos hicieron lo mismo que con los pasados, que dejándoles rnaestros y go- bernadores, prosiguieron en su conquista, y llegaron a otras provincias de gente más bárbara y bestial, q' toda la demás, que porla costa hasta allí habían conquistado: hombres y mu- geres se labraban las caras con p.untas de pedernal; deforma- ban las cabezas a los niños en naciendo; poníanles una tabli- lla en la frente y otra en el colodrillo, y se las apretaban de día en día, hasta que eran de cuatro o cinco años, para que la cabeza quedase ancha del un lado al otro, y angosta de la frente al colodrillo; y no contentos de darles el anchura que habían podido, tresquilaban el cabello, que hay en la mollera, corona y colodrillo, y dejaban lo de los lados; y aquellos cabe- llos tampoco habían de andar peinados ni asentados, sino crespos y levantados, por aumentar la monstruosidad de sus rostros. Manteníanse de su pesquería, que son grandísimos (■i) Custumiirc nuiy j^cnciiilizaila i'nlrt' los indius iiin te J'crú. N'éa- sc 1(1 (}iif' i)iis (■ al i-cspccid hi Hrliiciún ild l'i iinci Vcsriiln iinii iiln de la Cosía !l mar (li'l Sur do .Miguel l'lsli'lr. Unlrlhi ilr la Si>rie(l<iil (Ir KslitiHnx llislórirns Amerimiios. Quito i;»10.
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pescadores, y de yerbas y raíces, y frutas silvestres. Andaban desnudos. Adoraban por dioses las cosas que hemos dicho de sus comarcanos. Estas naciones se llamaban Apichiqui. Pi- chunsi. Sava. Pecllansi miqui, Pampahuasi, y otras que hay por aquella comarca. Habiéndolas reducido el Inca a su im- perio, pasó adelante a otra llamada Saramissu y de allí a otra que llaman Passau.que está debajo de la linea Equinoc- cial perpendicularmente. Los de aquella provincia son bar- barísimos sobre cuantas naciones sujetaron los Incas; no tu- vieron dioses, ni supieron qué cosa era adorar; no tenían pueblo, ni casa; vivían en huecos de árboles de las montarías que las hay por allí bravísimas. No tenían mugeres conocidas ni conocían hijos: eran sodomitas muy al descubierto; no sa- bían labrar la tierra, ni hacer otra cosa alguna en beneficio suyo: andaban desnudos, demás de traer labrados los labios por de fuerayde dentro: traían las caras embijadas a cuarteles de diversos colores, un cuarto de amarillo, otro de azul, otro de colorado, y otro de negro, variando cada uno las colores como más gusto le daban: jamás peinaron sus cabezas: traían los cabellos largos y crespos, llenos de paja y polvo, y de cuanto sobre ellos caía: en suma eran peores que bestias; yo los ví por mis ojos cuando vine a España el año de 1560, que paró allí nuestro navio tres días a tomar agua y leña. Entonces salieron muchos dellos en sus balsas de enea a contratar con los del itavío y la contratación era venderles los peces grandes que delante dellos mataban con sus fisgas, que para gente tan rústica lo hacían con destreza y sutileza, tanta, que los espa- ñoles, por el gusto de verlos matar, se los compraban antes que los matasen: y lo que pedían por el pescado era bizcocho y carne, y no querían plata: traían cubiertas sus vergüenzas con pañetes, hechos de cortezas o hojas de árboles; y esto más por respeto de los españoles, que no por honestidad pro- pia; verdaderamente eran selvages (sic) de los más selváticos que se pueden imaginar.
Huaina Capac Inca después que vió y reconoció la ma- la disposición de la tierra, tan triste y montuosa, y la bestia- lidad de la gente tan sucia y bruta, y que sería perdido el trabajo que en ellos se emplease, para reducirlos a pulida y urbanidad, dicen los suyos que dijo: volvámonos, que estos no merecen tenernos por señor; y que dicho esto mandó vol- ver su ejército, dejando los naturales de Passau tan torpes y brutos, como antes se estaban. (4)
(1) Kalíi frase pudú sor luuiüftstacióii ilf ilesfucriu u df ijiiiidli'iic iii. ^'('as(' Loa letnon i>i<' inca leus del nuid' ilel Poú ij el Cnnifuayu ile lus (.'iisiinuircas. F.h PEiiu — BOCETOS uisTouicOri. I. U Lúna 1919.
CAPITULO IX
m
DE LOS GIGANTES QUE HUBO EN AQUELLA REGION, Y LA MUERTE DELLOS.
ANTES que. salgamos desta región, será bien demos cuen- ta de una historia notable y de grande admiración que los naturales della tienen por tradición de sus antepasa- dos, de muchos siglos atrás, de unos gigantes que dicen fueron por la mar a aquella tierra, y desembarcaron en la punta que llaman de Santa Elena: llamáronla así, porque los primeros españoles la vieron en su día, y porque de los historiadores españoles que hablan de los gigantes. Pedro de Cieza de León es el que más largamente lo escribe, como hombre que tomó la relación en la misma provincia donde los gigantes estuvie- ron, me pareció decir aquí lo mismo que él dice, sacado a la letra: que aunque el P. M. José Acosta. (51 y el contador ge- neral Agustín de Zarate (6) dicen lo mismo, lo dicen muy breve y sumariamente. Pedro de Cieza, alargándose más, dice lo que se sigue, capítulo cincuenta y dos. (7) Porque en el Perú hay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de Santa Elena, que es en los términos desta ciudad de Puerto Viejo, me pareció dar noticia de lo q' oí de ellos, según q' yo lo entendí, sin mirar las opiniones de! vulgo, y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron: cuentan los naturales por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de muy atrás, que vinieron por la mar en unas balsas de juncos, a manera de grandes barcas, unos hombres tan grandes que te- nían tanto uno dellos de la rodilla abajo, como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena esta- fó) l-ji su llisloiiii Siiluiiil fi Mmiil ili' lus liuliiis.
(0) Záratf. llisluTia del l'i'jú . rn Hr>Tni!i,\i>oiii;s l•lll.MlTlV^l^ i>\: b.ai.vá. (7) Cieza de l.eón. ( il). cit.
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tura, y que sus miembros conformaban con ]a grandeza de sus cuerpos tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos que les allegaban a las espaldas. Los ojos, señalaban, q' eran tan grandes como pequeños platos: afirman que no tenían barbas, y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales, y otros con la ropa que les dió natura, y que no trajeron mugeres consigo; los cuales. como llegasen a esta punta, después de haber en ella hecho su asiento a manera de pueblo, (que aún en estos tiem- pos hay memoria de los sitios destas cosas que tuvieron) co- mo no hallasen agua, para remediar la falta que della sentían, hicieron unos pozos hondísimos, obra por cierto digna de me- moria, hecha por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquellos, pues era tanta su grandeza. Y cavaron estos pozos en peña viva, hasta q' hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra: de tal manera que durará mucho tiempo y edades' en los cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría que es gran contento bebería.
Habiendo pues hecho sus asientos estos crecidos hom- bres o gigantes, y teniendo estos pozos o cisternas de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la tierra que ellos podían hollar, lo destruían, y comían tanto, que dicen que uno dellos comía, más vianda que cin- cuenta hombres de los naturales de aquella tierra; y como no bastase la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en la mar con sus redes y aparejos, que según razón tenían. Vivieron en grande aborrecimiento de los natu- rales, porque por usar con sus mugeres, las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles su tierra y señorío, aunque se hicieron grandes jun- tas para platicar sobre ello, pero no las osaron acometer. Pa- sados algunos años estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mugeres. y a los naturales no les cua- drasen por su grandeza, o porque sería vicio usado entre ellos, por consejo e inducimiento del maldito demonio, usa- ban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan gran- dísimo y horrendo, el cual usaban y cometían pública y des- cubi¿^rtamente sin temor de Dios y poca vergüenza de sí mismos; y afirman todos los naturales que Dios nuestro Se- ñor, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del pecado; y asi dicen que es- tando todos juntos envueltos en su maldita sodomía, vino fuego del cielo, temeroso y muy espantable, haciendo gran
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ruido del medio del cual salió un ángel tesplandeciente con una espada tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos, y el fuego los consumió, que no quedó sino algunos huesos y calaveras que por memoria de! casti- go quiso Dios que quedasen sin ser consumidas del fuego. Esto dicen de los gigantes, lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos, e yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela, que juzgaban que a estar entera, pesara más de me- dia libra carnicera: y también que habían visto otro pedazo de hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era. lo cual hace testigo haber pasado, porque sin esto se ve a donde tuvieron los sitios de los pueblos, y los pozos o cisternas que hicieron. Querer afirmar o decir de qué parte, o por qué camino vinieron estos, no lo puedo afirmar porque no lo sé.
Este año de mil y quinientos y cincuenta oí yo contar, estando en la ciudad de los reyes, que siendo el ilustrisimo don Antonio de Mendoza, visorey y gobernador de la Nue-'a España, se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los de estos gigantes, y aún mayores; y sin esto también he oído antes de apera q" en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudrd de México, o en otra parte de aquel reino, ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pu'es tantos lo vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aún podrían ser todos unos.
En esta punta de Santa Elena (que como tengo dicho está en !a costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puer- to Viejo) se vé una cosa muy de notar: y es que hay ciertos ojos y mineros de alquitrán tan perfecto, que podrían calafe- tear con ellos a todos los navios que quisiesen porque mana. Y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale muy caliente &c. (8) Hasta aquí es de Pe- dro de Cieza. que lo sacamos de su historia, porque se vea la tradición que aquellos indios tenían de lo<= gigantes, y la fuen- te manantial de alquitrán que hay en aquel mismo puesto que también es cosa notable.
(ti) N'óasi- íisi luismu lo fjiif i-cspi-clu a la ti'ailidóii ilf li'S gij-anlrs en I'im i- t'J Viejo, cuenta (íutlerre? ile üanta Clara en su ol'iíi: lliatoriu ih- ¡u- i/xi'ixin '■Civiles del Pfríi t 111 c. LVI Edi. Victoriano .Suarez, .Madriil.
CAPITULO X
1.0 QUE HUAINA CAPAC DIJO ACERCA DEL SOL
EL rey Huaina Capac, como se ha dicho, mandó volver su ejército de la provincia llamada Passau, y la cual se- ñaló por término y límite de su imperio, por aquella ban- da, que es al Norte; y habiéndolo despedido se volvió hácia el Cosco, visitando sus reinos y provincias, haciendo merce- des y administrando justicia a cuantos se la pedían. Deste viaje en uno de los años que duró la visita, llegó al Cosco, a tiempo que pudo celebrar la fiesta principal del sol que lla- man Raimi. Cuentan los indios que un día de los nueve que la fiesta duraba con nueva libertad de la que solían tener de mirar al sol (que les era prohibido por parecerles desacato) puso los ojos en él. o cerca donde el sol lo permite, y estuvo así un espacio de tiempo mirándole. El sumo sacerdote, que era uno de sus tíos, y estaba a su lado, le dijo: ¿qué haces Inca, no sabes que no es lícito hacer eso?
El rey por entonces bajó los ojos, más dende a poco vol- vió a alzarlos con la misma libertad, y los puso en el sol. El sumo sacerdote replicó diciendo: mira, solo señor, lo que ha- ces, que demás de sernos prohibido el mirar con libertad a nuestro padre el sol, por ser desacato, das mal ejemplo a toda tu corte, y a todo tu imperio que está aquí cifrado para cele- brar la veneración y adoración que a tu padre deben hacer, como a solo y supremo señor. Huaina Capac volviéndose al sacerdote le dijo: quiero hacerte dos preguntas para respon- der a lo que me has dicho. Yo soy vuestro rey y señor univer- sal, ¿habría alguno de vosotros tan atrevido que por su gusto me mandase levantar de mi asiento, y hacer un largo cami- no? Respondió el sacerdote: ¡quién habría tan desatinado como eso! Replicó el Inca: ¿y habría algún curaca de mis va- sallos, por más rico y poderoso que fuese, que no me obede-
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ciese, si yo le mandase ir por la posta de aquí a Chili? Dijo el sacerdote: no Inca, no habría alguno que no lo obedeciese, hasta la muerte, todo lo que le mandases.
El rey dijo entonces: pues yo te digo, que este nuestro padre el sol debe tener otro mayor señor y más poderoso que no él, el cual le manda hacer este camino que cada día hace sin parar; porque si él fuera el supremo señor, una vez que otra dejara de caminar, y descansara por s i gusto aunque no tuviera necesidad alguna. Por este dicho y otros semejantes que los españoles oyeron contar a los indios deste p'-íncipe, decían que si alcanzara a oír la doctrina cristiana, recibiera con mucha facilidad la fé católica, por su buen entendimiento y delicado ingénio. Un capitán español que entre otros mu- chos debió de oír este cuento de Huaina Capac, que fué pú- blico en todo el Perú, lo ahijó para sí, y lo contó por suyo al P. M. Acosta, y pudo ser que también lo fuese: su paternidad lo escribe en el libro quinto de la historia del Nuevo Orbe, capítulo quinto, y luego en pos deste cuento escribe el dicho Huaina Capac, sin nombrarle, que también llegó a si- noticia, y dice estas palabras: refiérese de uno de los reyes Ingas, hom- bre de muy delicado ingenio, que viendo como todos sus an- tepasados adoraban al sol, dijo que no le parecía a él que el sol era dios, ni lo podía ser: porque Dios es gran Señor, y con gran sociego y señorío hace sus cosas, y que el sol nunca para de andar, y que cosa tan inquieta no le parecía ser dios. Dijo muy bien, y si con razones suaves, y que se dejen percibir les declaran a los indios sus engaños y cegueras, admirablemente se convencen y rinden a la verdad. Hasta aquí es del P. Acos- ta, con que acaba aquel capítulo. Los indios como tan agoreros y tímidos en su idolatría, tomaron por mal pronóstico la no- vedad que su rey había hecho en mirar al sol con aquella li- bertad: Huaina Capac la tomó por lo que oyó decir del sol a su padre Tupac Inca Yupanqui, que es casi lo mismo según se refirió en su vida.
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CAPITULO XI
REBELION DE LOS CARANQUES Y SU CASTIGO.
^NDANDO el Inca Huaina Capac. visitando sus reinos, fl que fué la última visita que hizo, le trujeron nuevas, que la provincia de Caranque. que dijimos había conquistado a los últimos fines del reino de Quitu, de gente bárbara y cruel, que comía carne humana, y ofrecía en sacrificio la sangre, cabezas y corazones de los que mataba, no pudiendo llevar el yugo del Inca, particularmente la ley que les prohibía comer carne humana, se alzaron con otras provincias de su comarca, que eran de las mismas costumbres, y temían el imperio del Inca, que lo tenían ya a sus puertas, que les había de prohi- bir lo mismo que a sus vecinos, que era lo que ellos más esti- maban para su regalo y vida bestial. Por estas causas se con- juraron con facilidad, y en mucho secreto apercibieron gran número de gente para matar los gobernadores y ministros del Inca, y la gente de guarnición que consigo tenían; y entre- tanto que llegaba el tiempo señalado para ejecutar su trai- ción, le servían con la mayor sumisión y ostentación de amor que fingir podían, para cogerlos más descuidados y degollar- los más a su salvo. Llegado el día, los mataron con grandísi- ma crueldad, y ofrecieron las cabezas, corazones y la sangre a sus dioses, en servicio y agradecimiento de que les hubiesen libertado del dominio de los Incas, y restituídoles sus anti- guas costumbres, comieron la carne dellos con mucho gusto y gran voracidad, tragándosela sin mascar, en venganza de que se la hubiesen prohibido tanto tiempo había, y castigado a los que habían delinquido en comerla: hicieron todas las desvergüenzas y desacatos que pudieron; lo cual sabido por Huaina Capac le causó mucha pena y enojo. Mandó aperci- bir gente y capitanes que fuesen a castigar el delito y la mal- dad de aquellas fieras, y él fué en pos dellos, para estar a la mira de lo que sucediese. Los capitanes fueron a los Caranques
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y antes que empezasen a hacer la guerra enviaron mensage- ros en nombre del Inca, ofreciéndoles el perdón de su delito, si pedían misericordia y se rendían a la voluntad del rey. Los rebelados, como bárbaros, no solamente no quisieron rendir- se, más antes respondieron muy desvergonzadamente, y mal- trataron los mensageros, de manera que no faltó sino matar- los. Sabiendo Huaina Capac el nuevo desacato de aquellos brutos, fué a su ejército por hacer la guerra por su persona. Mandó que la hiciesen a fuego y a sangre, en la cual murie- ron muchos millares de hombres de ambas partes; porque los enemigos como gente rebelada peleaban obstinadamente, y los del Inca por castigar el desacato hecho a su rey, se habían como buenos soldados: y como a la potencia del Inca no hu- biese resistencia, enflaquecieron los enemigos en breve tiem- po; dieron en pelear no en batallas descubiertas, sino en reba- tos y asechanzas, defendiendo los malos pasos, sierras y lu- gares fuertes; más la pujanza del Inca lo venció todo, y rindió jos enemigos: prendieron muchos millares de ellos; y de los más culpados que fueron autores de la rebelión, hubieron dos mil personas, parte dellos fueron los Caranques que se rebe- laron y parte de los aliados: que aún no eran conquistados por el Inca. En todos ellos se hizo un castigo rigoroso y memo- rable: mandó que los degollasen todos dentro de una gran laguna, que está entre los términos de los unos y de los otros, para que el nombre que entonces le pusieron guardase la me- moria de! delito y del cast'go: llamáronla Yahuarcocha, quie- re decir lago, o mar de sangre, porque la laguna quedó hecha sangre con tanta como en ella se derramó. Pedro de Cieza, tocando brevemente este paso, capítulo treinta y siete, dice que fueron veinte mil los degollados: debiólo de decir por todos los que de una parte y de otra murieron en aquella guerra, que fué muy reñida y porfiada.
Hecho el castigo, el Inca Huaina Capac se fué a Quitu bien lastimado, y quejoso de que en su reino acaeciesen deli- tos tan atroces e inhumanos, que forzosamente requiriesen castigos severos y crueles contra su natural condición y la de todos sus antecesores, que se preciaron de piedad y clemen- cia: dolíase de que los motines acaeciesen en sus tiempos para hacerlos infelices, y no en los pasados, porque no se acorda- ban que hubiese habido otro alguno, sino el de los Chancas en tiempo del Inca Viracocha. Más, bien mirado, parece que eran agüeros y pronósticos, que amenazaban habría muy aína otra rebelión mayor, que sería causa de la enagenación y pérdida de su imperio, y de la total destruición de su real sangre como veremos presto.
CAPÍTULO XII
HUAINA CAPAC HACE REY DE QUITU A SU HIJO ATAHUALLPA
^ L Inca Huaina Capac, como atrás dejamos apuntado,
hubo en la hija del rey de Quitu (sucesora que había de
ser de aquel reino) a su hijo Atahuallpa. El cual salió de buen entendimiento, y de agudo ingenio, astuto, sagaz, ma- ñoso y cauteloso, y para la guerra belicoso y animoso, gentil hombre de cuerpo, y hermoso de rostro, como lo eran comun- mente todos los Incas y Pallas: por estos dotes del cuerpo y del ánimo lo amó tiernamente su padre, y siempre lo traía consigo: (9) quisiera dejarle en herencia todo su imperio; más no pudiendo quitar el derecho al primogénito y heredero legítimo que era Huáscar Inca, procuró contra el fuero y es fatuto de todos sus antepasados, quitarle siquiera el reino de Quitu, con algunas colore? y apariencias de justicia y res- titución. Para lo cual envió a llamar al príncipe Huáscar Inca, que estaba en el Cosco. Venido oue fuó, hizo una gran junta délos hijos, y de muchos capitanes y curacas que consigo te- nía, y en presencia de todos ellos habló al hijo legítimo y le dijo: notorio es, príncipe que conforme a la antigua costum- bre, que nuestro primer padre el Inca Manco Capac nos dijo que guardásemos, este reino de Quitu, es de vuestra corona, que así se ha hecho siempre hasta ahora, que todos los reinos y provincias que se han conquistado, se han vinculado y ane- xado a vuestro imperio, y sometido a la jurisdicción y dominio de nuestra imperial ciudad del Cosco. Más porque yo quiero mucho a vuestro hermano Atahuallpa, y me pesa de verle pobre, holgaría tuviésedes por bien, que todo lo que yo he ganado para vuestra corona, se le quedase en herencia y su-
(9) Cieza de León nos cuenta (Señoriu ác los Incas) que tanto apreciaba el Inca a Atahuallpa que sien)pre comían en el mismo plato el padre y el hijo.
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cesión el reino de Quitu (que fué de sus abuelos maternos, y lo fuera hoy de su madre) para que pueda vivir en estado real, como lo merecen sus virtudes, que siendo tan buen her- mano como lo es, y teniendo con qué, podré serviros mejor en todo lo que le mandsredes que no siendo pobre; y para re- compensa y satisfacción de esto poco que ahora os pido, os quedan otras muchas provincias y reinos muy largos y anchos en contorno de los vuestros que podréis ganar; en cuya con- quista os servirá vuestro hermano de soldado y capitán, y yo iré contento deste mundo cuando vaya a descansar con nues- tro padre el Sol.
El príncipe Huáscar Inca respondió con mucha facilidad, holgaba pn estremo de obedecer al Inca su padre en aquellos y en cualquier otra cosa que fuese servido mandarle; y que si para su mayor gusto era necesario hacer dejación de otras provincias, para que tuviese más que dar a su hijo Atahuallpa también lo haría a trueque de darle contento. Con esta res- puesta quedó HuainaCapac muy satisfecho; ordenó que Huás- car se volviese al Cosco; trató de meter en la posesión del rei- no a su hijo Atahuallpa. Añadióle otras provincias, sin las de Quitu. Dióle capitanes esperi mentados, y parte de su ejército que le sirviesen y acompañasen. En suma, hizo en su favor todas las ventajas que pudo aunque fuese en perjuicio del príncipe heredero. Húbose en todo como padre apasionado, y rendido de amor a su hijo. Quiso asistir en el reino de Quitu y en su comarca en los años que le quedaban de vida. Tomó este acuerdo tanto por favorecer y dar calor al reinado de su hijo Atahuallpa, como por sosegar y apaciguar aquellas provincias marítimas y mediterráneas nuevamente ganadas, que como gente belicosa, aunque bárbara y bestial, no se aquietaban debajo del imperio y gobierno de los Incas; por lo cual tuvo necesidad de trasplantar muchas naciones de aquellas en otras provincias y en lugar dellas traer otras de las quietas y pacíficas, que era el remedio que aquellos reyes tenían para asegurarse de rebeliones, como largamente diji- mos cuando hablamos de los trasplantados, que llaman Mit mac.
CAPITULO XIII
DOS CAMINOS FAMOSOS QUE HUBO EN EL PERU
5 ERA justo que en la vida de Huaina Capac, hagamos mención de los dos caminos reales que hubo en el Perú a la larga Norte Sur, porque se los atribuyen a él. El uno que vá por los llanos, que és la costa de la mar, y el otro por la sierra, que es 1? tierra adentro, de los cuales hablan los historiadores con todo buen encarecimiento; pero la obra fué tan grande que excede a toda pintura que della se puede hacer; y porque yo no puedo pintarlos también como ellos los pintaron; diré lo que cada uno dellos dicen, sacado a la letra. Agustín de Zárate, libro primero, capítulo trece, hablando del origen de loa Incas dice lo que se sigue: Por la sucesión destos Inca;., vino el señorío a uno dellos, que se llamó Guai- nacava (quiere decir mancebo rico) que fué el que más tierras ganó y acrecentó a su señorío, y el que más justicia y razón tuvo en la tierra, y la redujo a policía y cultura, tanto que parecía cosa i mposible que una gente tan bárbara y sin letras regirse con tanto concierto y órden, y tenerle tanta obediencia y amor sus vasallos, que en servicio suyo hicieron dos cami- nos en el Perú, tan señalados, que no es justo que se queden en olvido; porque ninguna de aquellas que los autores anti- guos contaron por las siete obras más señaladas del mundo, se hizo con tanta dificultad y trabajo, y costa como estas. Cuando este Guainacava fué desde la ciudad del Cosco con su ejército a conquistar la provincia de Quitu.que hay cerca de quinientas leguas de distancia, como iba por sierra, tuvo grande dificultad en el pasage por causa de los malos caminos, y grandes quebradas y despeñaderos que había en la sierra por do iba. Y así pareciéndoles a los indios que era justo ha- cerle camino nuevo, por donde volviese victorioso de la
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conqu'sta. porque había sujetado 1? provincia, hicieron un camino por toda !a cordillera, muy ancho y llano, rompiendo e igualando las peñas, donde era menester, e igualando y su- biendo las quebradas de mampostería. tanto q' algunas veces subían la labor desde quines y veinte estados de hondo, y así dura este camino por espacio de las quinientas leguas. Y di- cen que este era tan llano cuando se acabó que podía ir una carreta por él. aunque después acá con las guerras de los in- dios y de los cristianos en muchas partes se han quebrado las mamposterías deítos pasos, por detener a los que vienen por ellos que no pueden pasar. Y verá la dificultad de es- ta obra quien considerare el trabajo y costas que se han em- pleado en España en allanar dos leguas de sierra que hay en- tre el Espinar de Segovia y Guadarrama: y como nunca se ha acabado perfectamente, con ser paso ordinario por donde tan continuamente los reyes de Castilla pasan con sus casas y corte todas las veces que van o vienen del Andalucía o del reino de Toledo a esta parte de los puertos. Y no contentos con haber hecho tan insigne obra, cuando otra vez el mismo Guainacava quiso volver a visitar la provincia de Quitu, a que era muy aficionado, por haberla él conquistado, tornó él por los llanos, y los indios le hicieron en ellos otros caminos de tanta dificultad como el de la sierra: porque en todos los valles donde alcanza la frescura de los ríos y arboledas, que como arriba está dicho, comunmente ocupaba una legua, hicieron un camino que casi tiene cuarenta pies de ancho, con muy gruesas tapias de un cabo y del otro, y cuatro o cin- co tapias en alto: y en saliendo de los valles continuaban el mismo camino por los arenales, hincando palos y estacas por cordel para que no se pudiesen perder el camino, n' torcer un cabo y a otro el cual dura las mismas quinientas leguas que el de la sierr-a: y aunque los palos de los arenales están rompidos en muchas partes, porque los españoles en tiempo de guerra y de paz, hacían con ellos lumbre; pero las paredes de los valles se están el día de hoy en las más partes enteras, por donde se puede juzgar la grandeza del edificio: y así fué por el uno y vino por el otro Guainacava, teniéndosele siem- pre por donde había de pasar. cu bierto y sembrado con ramos y flores de muy suave olor. Hasta aquí es de Agustín de Za- rate. Pedro de Cieza de León hablando en el mismo propósi- to,dice del camino q' va por la sierra, lo que se sigue, capítulo treinta y siete. De Ipiales se camina hasta llegar a una pro- vincia pequeña que há por nombre Guaca, y antes de llegar a ella se ve el camino de los Incas, tan famoso en estas par- tes, como el q' Aníbal hizo por los Alpes, cuando bajó a la Ita-
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lia. y puede ser tenido éste en más estimación, así por los grandes aposentos y depósitos que había en todo él, como por ser hecho con mucha dificultad, por tan ásperas y fragosas sierras, que pone admiración verlo. No dice más Pedro de Cieza del camino de la sierra. Pero adelante en el capítulo sesenta, dice del camino de los llanos, lo q" se sigue: por llevar con toda orden mi escritura quise, antes de volver a concluir con lo tocante a las provincias de la sierra, declarar lo que se me ofrece de los Llanos; pues como se ha dicho en otras par- tes, es cosa tan importante. Y en este lugar daré noticia del gran camino que los Incas mandaron hacer por mitad dellos; e! cual aunque por muchos lugares estí ya desbaratado y deshecho, dá muestra de la grande cosa que fué, y de el poder de los q" lo mandaron hacer. Guainacapa y Topainga Yupangue su padre, fueron a lo que los indios dicen, los que abajaron por toda la costa visitando los valles y provincias de los Ingas aunque también cuentan algunos dellos. que Inga Yupangue abuelo de Guainacapa. y padre de Topa Inca, que fué el pri- mero que vió la costa y anduvo por los llanos della. Y en es- tos valles y en la costa los caciques y principales por su man- dado, hicieron un camino tan ancho como quince pies. Por una parte y por la otra dél iba una pared mayor que un esta- do, bien fuerte, y todo el espacio de este camino iba limpio y echado por debajo de arboledas: y destos árboles por muchas partes caían sobre el camino ramo-s dellos llenos de fruta. Y por todas las florestas andaban en las arboledas muchos géneros de pájaros y papagayos, y otras aves &c. Poco más abajo, ha- biendo dicho de los pósitos y de la provisión que en ellos ha- bía para la gente de guerra, que lo alegamos en otra parte, dice: por este camino duraban las paredes que iban por una y otra parte dél, hasta que los indios con la muchedumbre de arena no podían armar cimiento. Desde donde para que no se errase y se conociese la grandeza del que aquello manda- ba, hincaban largos y cumplidos palos a manera de vigas, de trecho a trecho. Y así como se tenía el cuidado de limpiar por los valles el camino, y renovar las paredes si se ruinaban y gastaban, Jlo tenían en mirar si algún horcón o palo largo, de los que estaban en los arenales, se caía con el viento, de tor- narlo a poner. De manera que este camino cierto fué gra- cosa, aunque no tan trabajoso como el de la sierra. Algunas fortalezas y templos del sol había en estos valles, como iré declarando en su lugar &c. Hasta aquí es de Pedro de Cieza de León, sacado a la letra: Juan Botero Benes también ha- ce mención destos caminos, y los pone en sus relaciones por cosa maravillosa, y aunque en breves palabras los pin-
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ta muy bien, diciendo: desde la ciudad del Cosco hay dos caminos o calzadas reales de dos mil millas de largo, que una va guiada por los llanos, y la otra por las cumbres de los montes, de manera que para hacerlas como están fué necesario alzar los valles, tajar las piedras y peñascos vivos y humillar la alteza de los montes. Tenían de ancho veinti- y cinco pies; obra que sin comparación hace ventaja a las fábricas de Egipto y a los romanos edificios &c. Todo esto dicen estos tres autores de aquellos dos famosos caminos que merecieron ser celebrados en los encarecimientos que a cada uno de los historiadores le pareció mayores; aunque todos ellos no igualan a la grandeza de la obra, porque basta la continuación de quinientas leguas, donde hay cuestas de dos tres y cuatro leguas y más de subida, para que nin- gún encarecimiento le iguale. Demás de lo que della dicen es de saber, que hicieron en el camino de la sierra en las cumbres más altas, de donde más tierra se descubría, unas placetas altas a un lado o a otro del camino, con sus gradas de cantería para subir a ellas, donde los que llevaban las andas descansasen, y el Inca gozase de tender la vista a to- das partes por aquellas sierras altas y bajas, nevadas y por nevar, que cierto es una hermosísima vista, porque de algunas partes, según la altura de las sierras por do va el camino, se descubren cincuenta, sesenta, ochenta y cien leguas de tierra, donde se ven puntas de sierras tan altas que parece que llegan al cielo, y por el contrario, valles y que- bradas tan hondas que parece que van a parar al centro de la tierra. De toda aquella gran fábrica no ha quedado sino lo que el tiempo y las guerras no han podido consumir. Solamen- • te en el camino de los llanos, en los desiertos de los arenales, que los hay muy grandes, donde también hay cerros altos y bajos de arena, tienen hincados a trechos maderos altos, que del uno se vea el otro, y sirvan de guía para que no se pierdan los caminantes, porque el rastro del camino se pierde con el movimiento que la arena hace con el viento, porque lo cubre y lo ciega; y no es seguro guiarse por los cerros de arena, por- q' también ellos se pasan y mudan de una parte a otra, si el viento es recio: de manera que son muy necesarias las vigas hincadas por el camino para el norte de los viandantes, y por esto se han sustentado, porque no podrían pasar sin ellas.
CAPITULO XIV
TUVO NUEVAS HUAINA CAPAC DE LOS ESPAÑOLES QUE ANDABAN EN LA COSTA
HUAINA Capac. ocupado en las cosas dichas, estando en los reales palacios de Tumipampa, que fueron de los más soberbios que hubo en el Perú, le llegaron nuevas que gentes extrañas y nunca jamás vistas en aquella tierra, an- daban en un navio por la costa de su imperio procurando sa- ber qué tierra era aquella; la cual novedad despertó a Huaina Capac a nuevos cuidados, para inquirir y saber que ícente era aquella y de dónde podía venir. Es de saber que aquel navio (^ra de Blasco Núñez de Balboa, primer descubridor de la mar del Sur, y aquellos españoles fueron los que (como al princi- pio dijimos) impusieron el nombre Perú a aquel imperio, que fué el año mil quinientos y quince, y el descubrimiento de la mar del .Sur fué dos años antes. Un historiador dice que aquel navio y aquellos españoles eran don Francisco Pizarro y sus trece compañeros, que dicen fueron los primeros descubrido- res del Perú. En lo cual se engañó, que por decir primeros ga- nadores dijo primeros descubridores: y también se engañó en el tiempo, porque de lo uno a lo otro pasaron diez y seis años, sino fueron más: porque el primer descubrimiento del Perú, y la impusición deste nombre fué año de mil y quinien- tos y quince; y don Francisco Pizarro y sus cuatro hermanos, y don Diego de Almagro, entraron en el Perú para le ganar año de mil quinientos y treinta y uno, y Huaina Capac mu- rió ocho años antes, que fué el año de mil y quinientos y vein- te y tres, habiendo reinado cuarenta y dos años, según lo tes- tifica el P. Blas Valera en sus rotos y destrozados papeles, donde escribía grandes antiguallas de aquellos reyes, que fué muy gran inquiridor dellas.
Aquellos ocho años que Huaina Capac vivió después de ja nueva de los primeros descubridores, los gastó en gobernar
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su imperio en toda paz y quietud. No quiso hacer nuevas con- quistas,por estar a la mira de lo q' por la mar viniese;porque la nueva de aquel navio le dió mucho cuidado, imaginando en un antiguo oráculo que aq.uellos Incas tenían, que pasados tantos reyes, hablan de ir gentes estrañas y nunca vistas, y quitarles el reino, y destruir su república y su idolatría: cum- plíase el plazo en este Inca, como adelante veremos. Asimes- mo es de saber, que tres años antes que aquel navio fuese a Ja costa del Perú, acaeció en el Cosco un portento y mal agüe- ro, que escandalizó mucho a Huaina Capac, y atemorizó en estremo a todo su imperio, y fué, que celebrándose la fiesta solemne que cada áño hacían a su dios el sol, vieron venir por el aire un águila real, que ellos llaman Anca, que la iban persiguiendo cinco o seis cernícalos y otros tantos balconcillos de los que, por ser tan lindos, han traído muchos a España, y en ella les llaman aletos, y en el Perú, Huá man. Los cuales tro- cándose ya los unos, ya los otros, caían sobre el águila, que no la dejaban volar, sino que la mataban a golpes. Ella, no pu- diendo defenderse, se dejó caer en medio de la plaza mayor, de aquella ciudad entre los Incas, para que la socorriesen. Ellos la tomaron y vieron que estaba enferma, cubierta de caspa, como sarna, y casi pelada de las plumas menores. Diéronle de comer y procuraron regalarla; más nada le pro- vechó, que dentro de pocos días se murió sin poderse levan- tar del suelo. El Inca y los suyos lo tomaron por mal agüero: en cuya interpretación dijeron muchas cosas los adivinos, que para semejantes casos tenían elegidos: y todas eran ame- nazas de la pérdida de su imperio, de la destruición de su re- pública y de su idolatría: sin esto hubo grandes terremotos y temblores de tierra, que aunque el Perú es apasionado de esta plaga, notaron que los temblores eran mayores que los or- dinarios, y que caían muchos cerros altos. De los indios de la costa supieron, que la mar con sus crecientes y menguantes, salía muchas veces de sus términos comunes: vieron que en el aire se aparecían muchas cometas muy espantosas y teme- rosas. Entre estos miedos y asombros vieron, que una noche muy clara y serena tenía la luna tres cercos muy grandes. El primero era de color de sangre. El segundo que estaba más afuera, era de un color negro que tiraba a verde. El tercero parecía que era de humo. Un adivino o mágico, que los indios, llaman Llayca, habiendo visto y contemplado los cercos que la luna tenía, entró donde Huaina Capac estaba, y con un semblante muy triste y lloroso, que casi no podía hablar, le d'jo: solo señor, sabrás que tu madre la luna, como madre piadosa te avisa, que el Pachacamac. criador y sustentador
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del mundo, amenaza a tu sangre real y a tu im.perio con gran- des plagas que ha de enviar sobre los tuyos; porque aquel pri- mer cerco que tu madre tiene de color de sangre, significa que después que tu hayas ido a descansar con tu padre el sol, ha- brá cruel guerra entre tus descendientes, y mucho derrama- miento de tu real sangre. De manera que en pocos años se aca- bará toda; de lo cual quisiera reventar llorando. El segundo cerco negro nos amenaza que de las guerras y mortandad de los tuyos se causar? !a destruición de nuestra religión y repú- blica y la enagenación de su imperio, y todo se convertirá en humo, como lo significa el cerco tercero que parece de humo. El Inca recibió mucha alteración; más, por no mostrar flaque- za, dijo al mágico; anda, que tú debes de haber soñado esta noche esas burlerías, y dices que son revelaciones de mi ma- dre. Respondió el mágico; para que me creas Inca, podrás salir a ver las señales de tu madre por tus propios ojos, y man- darás que vengan los demás adivinos, y sabrás lo que dicen destos agüeros. El Inca salió de su aposento y habiendo visto las señales, mandó llamar todos los mágicos que en su corte había; y uno de ellos que era de la nación Yauyu, a quien los demás reconocían ventaja, que también había mirado y con- siderado los cercos, le dijo lo mismo que el primero. Huaina Capac, porque los suyos no perdiesen el ánimo con tan tristes pronósticos, aunque coníormaban con el que tenía en su pe- cho, hizo muestras de no creerlos, y dijo a los adivinos: . me lo dice el mismo Pachacamac, yo no pienso dar crédito a vuestros dichos; porque no es de imaginar que el sol mi padre aborrezca tanto su propia sangre, que permita la total des- truición de sus hijos. Con esto despidió los adivinos; empero considerando lo que le habían dicho, que era tan al propio del oráculo antiguo, que de sus antecesores tenía, y juntando lo uno y lo otro con las novedades y prodigios que cada día se aparecían en los cuatro elementos; y que sobre todo lo dicho se aumentaba la ida del navio con la gente nunca vista ni oída, vivía Huaina Capac con recelo, temor y congoja Estaba aper- cibido siempre de un buen ejército escogido de la gente más veterana y plática que en las guarniciones de aquellas provin- cias había. Mandó hacer muchos sacrificios al sol, y que los agoreros y hechiceros, cada cual en sus provincias, consulta- sen a sus familiares demonios, particularmente al gran Pa- chacamac y al diablo Rimac, que daba respuestas a lo que le preguntaban, que supisen dél.lo que de bien o de mal pronos- ticaban aquellas cosas tan nuevas que en la mar y en los de- más elementos se habían visto. De Rimac y de las otras partes le trujeron respuestas oscuras y confusas, que ni dejaban de
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prometer algún bien, ni dejaban de amenazar mucho mal: y ios más de los hechiceros daban malos agüeros, con que todo el imperio estaba temeroso de alguna grande adversidad: más como en los primeros tres o cuatro años no hubiese novedad alguna de las que temían, volvieron a su antigua quietud, y en ella vivieron algunos años hasta la muerte de Huaina Capac. La relación de los pronósticos que hemos dicho, demás de la fama común, que hay dellos por todo aquel imperio, la dieron en particular dos capitanes de la guarda de Huaina Capac.que cada uno dellos llegó a tener más de ochenta años; ambos se bautizaron, el más antiguo se llamó don Juan Pe- chuta: tomó por sobrenombre el nombre que tenía antes del bautismo, como lo han hecho todos los indios generalmente: el otro se llamaba Chauca Rimachi. el nombre cristiano ha borrado de la memoria el olvido. Estos capitanes, cuando con- taban estos pronósticos y los sucesos de aquellos tiempos, se derretían en lágrimas llorando, que era menester divertir- les de la plática para que dejasen de llorar. El testamento y la muerte de Huaina Capac, y todo lo demás que después della sucedió, diremos de relación de aquel Inca viejo que había nombre Cusi Huallpa y mucha parte dello, particular- mente las crueldades que Atahuallpa en los de la sangre real hizo, diré de la relación de mi madre, y de un hermano suyo q" se llamó don Fernando Huallpa Tupac Inca Yupanqui. que entonces eran niños de menos de diez años, y se hallaron en la furia dellas dos años y medio, que duraron, hasta que los españoles entraron en la tierra; y en su lugar diremos cómo se escaparon ellos, y los popos que de aquella sangre escapa- ron de la muerte, que Atahuallpa Ies daba, que fué por benefi cío de los mismos enemigos.
CAPITULO XV
TESTAMENTO Y MUERTE DE HUAINA CAPAC, Y EL PRONOSTICO DE LA IDA DE LOS ESPAÑOLES
ESTANDO Huaina Capac en el reino de Quitu, un dia de los últimos de su vida se entró en un lago a bañar por su recreación y deleite, de donde salió con frío, que los in- dios UamanyChucchu. que es temblar; y como sobreviniese la calentura, la cual llaman Rupa (r blanda) que es quemarse, y otro día y los siguientes se sintiese peor y peor, sintió que su mal era de muerte: porque de años atrás tenía pronósticos della, sacados de las hechicerías y agüeros, y de las inter- pretaciones que largamente tuvieron aquellos gentiles: los cuales pronósticos, particularmente los que hablaban de la pers®na real, decían los Incas que eran revelaciones de su padre el sol, para dar autoridad y crédito a su idolatría.
Sin los pronósticos que de sus hechicerías habían sacado y los demonios Ies habían dicho, aparecieron en el aire come- tas temerosas, y entre ellas una muy grande de color verde, muy espantosa, y el rayo que dijimos, que cayó en casa de es- te mismo Inca, y otras señales prodigiosas que escandaliza- ron mucho a los amautas, que eran los sabios de aquella repú blica, y a los hechiceros y sacerdotes de su gentilidad; los cua- les, como tan tamiliares del demonio, pronosticaron, no sola- mente la muerte de su Inca Huaina Capac. más también la destruición de su real sangre, la pérdida de su reino y ofras grandes calamidades y desventuras que dijeron habían de padecer todos ellos en' genera!, y cada uno en particular; las cuales cosas no osaron publicar por no escandalizar la tierra, en tanto estremo, que la gente se dejase morir de temor, se- gún era tímida y facilísima a creer novedades y malos pro- digios.
Huaina Capac. sintiéndose mal. hizo llamamiento de sus hijos y parientes que tenía cerca de sí. y de los goberna- dores y capitanes de la milicia de las provincias comarcanas que pudieron llegar a tiempo, y les dijo: yo me voy a descan- sar al cielo con nuestro padre el so!, que días ha me reveló que de lago o de rio me llamaría: y pues yo salí de! agua con la indisposición que tengo, es cierta seña! que nuestro padre me llama. Muerto yo abriréis mi cuerpo, como se acostumbra ha- cer con los cuerpos reales. Mi corazón y entrañas, con todo lo interior mando se entierre en Quitu. en señal del amor que !e tengo, y el cuerpo llevaréis a! Cosco para ponerlo con mis pa- dres y abuelos. Encomiéndeos a mi hijo Atahuallpa. que yo tanto quiero, e! cual queda por Inca en mi lugar en este reino de Quitu y en todo lo demás que por su persona y armas ga- nare y aumentare a su imperio, y a vosotros los capitanes de mi ejército os mando en particular le sirváis con la fidelidad y amor que a vuestro rey debéis, que por tal os lo dejo, para que e"n todo y por todo le obedezcáis y hagáis lo que él os man- dare, que será lo que yo le revelare por orden de nuestro padre el sol. También os encomiendo la justicia y clemencia para con los vasallos: porque no se pierda el renombre que nos han puesto de amador de pobres; y en todo os encargo hagáis co- mo Incas hijos del sol. Hecha esta plática a sus hijos y parien- tes, mandó llamar los demás capitanes y curacas que no eran de la sangre real, y les encomendó la fidelidad y buen servicio que debían hacer a su rey; y a lo último les dije: muchos años há que por revelación de nuestro padre el sol tenemos, que pasados doce reyes de sus hijos, vendrá gente nueva y no co- nocida en estas partes, y ganará y sujetará a su imperio todos nuestros reinos y otros muchos: yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa que en todo os hará vertaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce Incas. Certificóos que pocos años después que yo me haya ido de vosotros, vendrá aquella gente nueva, y cumplirá lo que nues- tro padre e! sol nos ha dicho, y ganará nuestro imperio, y serán señores dél. Yo os mando que les obedezcáis y sirváis como a hombres que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra, y sus armas poderosas e invencibles más que las vuestras. Quedaos en paz, que yo me voy a des- cansar con mi padre el sol que me llama."
Pedro de Cieza de León, capítulo cuarenta y cuatro, toca este pronóstico que Huaina Capac dijo de los españoles, que después de sus días había de mandar el reino gente estraña y semejante a Ja que venia en el navio. Dice aquel autor que
INSIGNIAS REALES EN EL IMPERIO INCAICO
Los incas usaban comD insignias reales: una gorra o turbante lla- mado ¡lauto, de finísima piel de vicuña; de este llauto caía, de sien a sien, una boria encarnada que casi le cubría la frente, y que, a estar a lo aseverado por los cronistas, daba a la fisonomía del soberano un aspec- to "iragestuoso y severo" (Jerés, Pedro Pizarro, Gutiérrez de Santa Clara), usaba como vestido principal una camiseta con mangas cortas, de varios dibujos y colores. Una especie de capa o manto, que le caía hasta los muslos, llamada yakolla o yakollka. sandalias parecidas a las de los ro- manos y sujetas a los tobillos por cordones de hilo de vucuña, con ador- nos de piedras preciosas: esmeraldas, y piezas de oro y conchaperla. Sig- nos de dignidad eran también el hacha real, champí las orejeras y los bra- zaletes de oro, y algunas veces un escudo corto qquerara. chapeado en oro y plata, en donde se grababan las figuras de los totémenes incas: el sol, (Inti) la sierpe, (amaro), el león (puma), y el alcón (huaman).
En la lámina se ha dibujado, al fondo, el suplicio del garrote; es un ta- bladillo sobre el que se ve elevarse el poste o rollo, una escalera condu- ce a él, delante del rollo se vé el asiento donde se colocaba al reo, cuyo cuello, cayendo sobre el rollo, era enlasado por una cuerda que lo opri- mía a medida que se acortaba, por la torsión, que con un mango de palo, le imprimía el verdugo. En este suplicio murió el Inca Atahuallpa.
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dijo esto el Inca a los suyos en Tumipampa, quees cerca de Quitu, donde dice que tuvo nueva de ios pri meros españoles, descubridores del Perú.
Franciso López de Gomara, capítulo ciento y quince, con- tando la plática que Huáscar Inca tuvo con Hernando de Soto (gobernador que después fué de la Floridfe) y con Pedro del Barco, cuando fueron los dos solos dende Cassamarca has- ta el Cosco, como se dirá en su lugar, entre otras palabras que refiere de Huáscar, que iba preso, dice éstas que son sacadas a la letra; y finalmente le dijo, como él era derecho señor de todos aquellos reinos, y Atabaliba. tirano: que por tanto que- ría informar y ver al capitán de cristianos, que deshacía los agravios, y le restituiría su libertad y reinos: á su padre Huaina Capac le mandára al tiempo de .«u muerte fuese ami- go de las gentes blancas y barbudas que viniesen, porque ha- bían de ser señores de la tierra. &. De manera que este pro- nóstico de aquel rey fué público en todo el Perú, y así lo escri- ben estos historiadores.
Todo lo que arriba se ha dicho dejó Huaina Capac man- dado en lugar de testamento, y así lo tuvieron los indios en suma veneración, y lo cumplieron a! pié de la letra: acuérdo- me que un día hablando aquel Inca viejo en presencia de mi madre, dando cuenta destas cosas, y de la entrada de los es- pañoles,y de cómo ganaron la tierra. le dije: Inca, (CÓmo sien- do esta tierra de suyo tan ¿spera y fragosa y siendo vosotros tantos, y tan belicosos y poderosos para ganar y conquistar tantas provincias y reinos ágenos, dejasteis perder tan presto vuestro imperio, y os rendísteis a tan pocos españoles? Para responderme, volvió a repetir el pronóstico acerca de los espa- ñoles que d''as antes lo había contado y dijo cómo su Inca les había mandado que los obedeciesen y sirviesen, porque en todo se les aventajarían. Habiendo dicho esto se volvió a mi con algún enojo de que les hubiese motejado de cobardes y pusilánimes, y respondió a mi pregunta, diciendo: estas pa- labras que nuestro Inca nos dijo, que fueron las últimas que nos habló fueron más poderosas para nos sujetar y quitar nues- tro imperio, que no las armas, que tu padre y sus compañeros trujeron a esta tierra: dijo esto aquel Inca por dar a enten- der cuánto estimaban lo que su.", reyes les mandaban, cuanto más lo que Huaina Capac les mandó a lo último de su vida, que fué el más querido de todos ellos.
Huaina Capac murió de aquella enfermedad: ios suyos, en cumplimiento de lo que le.'; dejó mandado, abrieron su cuerpo, y lo embalsamaron y llevaron al Cosco, y el corazón dejaron enterrado en Quitu. Por los caminos donde quiera
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que llegaban, celebraban sus obsequias con grandísimo senti- miento de llanto, clamor y alaridos, por el amor que le tenían. Llegando a la imperial ciudad hicieron las obsequias por en- tero, que según la costumbre de aquellos reyes duraron un año Dejó más de doscientos hijos y hijas, y más de trescien- tos, según afirmaban algunos Incas, por encarecer la crueldad de Atahuallpa que los mató casi todos. Y porque se propuso decir aquí las cosas que no había en el Perú, que después acá se han lleYado. las diremos en el capítulo siguiente.
CAPITULO XVI
DE LAS YEGUAS Y CABALLOS, Y COMO-LOS CRIABAN A LOS PRIN-
ORQUE a los presentes y venideros será agradable saber
las cosas que no había en el Perú, antes que los españoles
lo ganaran, me pareció hacer capítulo dellas aparte, para que se vea y considere con cuántas cosas menos (y al parecer) cuén necesarias a la vida humana, se pasaban aquellas gen- tes, y vivían muy contentos sin ellos. Primeramente es de saber que no tuvieron caballos ni yeguas pra sus guerras, o fiestas, ni vacas, ni bueyes para romper la tierra, y hacer sus se menteras, ni camellos, ni asnos, ni muías para sus acarretos, ni ovejas de las de España burdas, ni merinas para lana y carne, ni cabras, ni puercos para cecina y corambre, ni aún perros de los castizos para sus cacerías, como galgos, poden- cos, perdigueros, perros de agua ni de muestra; ni sabuezos de trailla o monteros, ni lebreles, ni aún mastines para guar- dar sus ganados, ni gozquillos de los muy bonicos, que llaman perrillos de falda: de los perros que en España llaman gozques había muchos, grandes y chicos.
Tampoco tuvieron trigo, ni cebada, ni vino, ni aceite, ni frutas, ni legumbres de las de España. De cada cosa iremos ha- ciendo distinción, de cómo y cuando pasaron a aquellas par- tes. Cuanto a lo primero, las yeguas y caballos llevaron con- sigo los españoles, y mediante ellos han hecho las conquistas del Nuevo Mundo: q' para huir, y alcanzar, y subir y bajar, y andar a pie por la aspereza de aquella tierra, mas ágiles son los Indios, como nacidos y criados en ella: la raza de los caba- llos y yeguas que hay en todos los reinos y proviYicias de las Indias, que los espaííoles han descubierto y ganado, desde el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos hasta ahora, es (^e la raza de las yeguas y caballos de España, particular men-
CIPIOS Y LO MUCHO QUE VALIAN.
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te del Andalucía. Los primeros llevaron a la isla de Cuba y de Santo Domingo, y luego a las demás islas de Barlovento, co- mo las iban descubriendo y ganando. Criáronse en ellas en gran abundancia, y de allí los llevaron a la conquista de Mé- xico y a la del Perú. &. A los principios, parte por descuido de los dueños, y parte por la mucha aspereza de las montañas de aquellas islas, que son increíbles, se quedaban algunas ye- guas metidas por los montes, que no podían recogerlas, y se perdían: desta manera de poco en poco se perdieron muchas, y aún sus dueños, viendo que se criaban bien en los montes, y que no había animales fieros que les hiciesen daño, dejaban ir con las otras las que tenían recogidas. Desta manera se hi- cieron bravas y montaraces las yeguas y caballos en aque- llas islas, que huían de la gente como venados: empero por la fertilidad de la tierra caliente y húmida, que nunca falta en ella yerba verde, multiplicaron en gran número.
Pues como los españoles que en aquellas islas vivían, vie- sen que para las cxDnquistas que en adelante se hacían, eran menester caballos, y que los de allí eran muy buenos, dieron en criarlos por grangeria. porque se los pagaban muy bien. Había hombres que tenían en sus caballerizas a treinta, cua- renta, cincuenta caballos, como dijimos en nuestra Historia de la Florida, hablando dellas. Para prender los potros hacían corrales de madera en los montes, en algunos callejones por donde entraban y salían a pacer en los navazos limpios de monte, que los hay en aquellas islas, de dos. tres leguas más y menos de largo y ancho, que llaman cavanas. donde el ga- nado sale a sus horas del monte a recrearse: las atalayas que tienen puestas por los árboles hacen señal: entonces salen quince o veinte de a caballo y coren el ganado, y lo aprietan hácia donde tienen los corrales. En ellos se encierran yeguas y potros como aciertan a caer: luego echan lazos a los potros de tres años, y lo atan a los árboles y sueltan las yeguas: los po- tros quedan atados tres o cuatro días dando saltos y brincos, hasta que de cansados y de hambre no pueden tenerse, y al- gunos se ahogan: viéndolos ya quebrantados les echan las sillas y frenos, y suben en ellos sendo mozos, y otros los llevan guiando por el cabestro. Desta manera los trapn tarde y ma- ñana, quince o veinte días, hasta que los amansan. Los potros, como animales que fueron criados para que sirviesen de tan cerca al hombre, acuden con mucha nobleza y lealtad a lo que quieren hacer de ellos; tanto que a pocos días después de do- mados juegan cañas en ellos: salen muy buenos caballos. Des- pués acá, como han faltado las conquistas, faltó el criarlos co- mo antes hacían: pasóse la grangeria a los cueros de vacas
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como adelante diremos. Muchas veces imaginando lo mucho que valen los buenos caballos en España, y cuán buenos son los de aquellas islas, de talle, obra y colores, me admiro de que no lo traigan de allí, siquiera en reconocimiento del bené- fico que España les hizo en enviárselos; pues para traerlos de la isla de Cuba tienen lo más del camino andado, y los na- vios por la mayor parte vienen vacíos: los caballos del Perú se hacen más temprano que los de España, que la primera vez que jugué cañas en el Cosco, fué en un caballo tan nuevo, que aún no había cumplido tres años.
A los principios, cuando se hacía la conquista del Perú, no se vendían los caballos; y si alguno se vendía por muerte de su dueño, o porq' se venía a España, era por precio excesivo de cuatro, cinco o seis mil pesos. El año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro, yendo el mariscal don Alonso de Alvara- do en busca de Francisco Hernández Girón, antes de la batalla que llamaron de Chuquinca. un negro llevaba dé diestro un hermoso caballo muy bien aderezado, a la brida, para que su amo subiera en él: un caballero rico aficionado al caballo, dijo al dueño que estaba con él: por el caballo y por el esclavo así como vienen os doy diez mil pesos, que son doce mil ducados. No los quiso el dueño diciendo, que quería el caballo para en- trar en él. en la batalla que esperaban dar al enemigo, y así se lo mataron en ella, y él salió muy mal herido. Lo que más se debe notar es. que el que lo compraba era rico, tenía en los Charcas un buen repartimiento de indios: más el dueño del caballo no tenía indios, era un tamoso soldado y como tal por mostrarse el día de la batalla, no quiso vender su caballo, aunque se lo pagaban tan escesi vamente: yo los conocí, ambos eran hombres nobles, hijosdalgo. Después acá se han mode- rado los precios en el Perú, porque han multiplicado mucho, que un buen caballo vale trescientos y cuatrocientos pesos, y los rocines valen a veinte, y a treinta pesos. Comunmente los indios tienen grandísimo miedo a los caballos: en viéndolos correr se desatinan de tal manera, que por ancha que sea la calle, no saben arrimarse a una de las paredes y dejarle pasar sino que les parece que donde quiera que estén (como sea en el suelo) los han de trompillar, y así viendo venir el caballo corriendo, cruzan la calle dos y tres veces de una parte a otra huyendo dél, y tan presto como llegan a la una pared.tan pres- to les parece que estaban más seguros a la otra, y vuelven co- rriendo a ella. Andan tan ciegos y desatinados del temor, que muchas veces acaeció (como yo los vi) irse a encontrar con el caballo por huir dél. En ninguna manera les parecía que es- taban seguros, sino era teniendo algún español delante, y aún
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no se daban por asegurados del todo. Cierto que no se puede encarecer lo que en esto había en mis tiempos,: ya ahora por la mucha comunicación es menos el miedo: pero no tanto que indio alguno se haya atrevido a ser herrador; y aunque en los demás oficios que de los españoles han aprendido hay muy grandes oficiales, no han querido enseñarse a herrar, por no tratar los caballos de tan cerca; y aunque es verdad que en aquellos tiempos había muchos indios, criados de españoles que almohazaban y curaban los caballos, más no osaban subir en ellos: digo verdad, que yo no vi indio alguno a caballo; y aún el llevarlos de rienda no se atrevían, sino era algún ca- ballo tan manso que fuese como una muía; y esto era por ir el caballo retozando por no llevar antojos, que tampoco se usaban entonces, que aún no habían llegado allá, ni el cabe- zón para domarlos y sujetarlos: todo se hacía a más costa y trabajo del domador y de sus dueños: más también se puede decir que por allá son los caballos tan nobles que fácilmente, tratándolos con buena maña sin hacerles violencia, acuden a lo que les quieren. Demás de lo dicho, a los principios de las conquistas, en todo el Nuevo Mundo, tuvieron los indios q' el caballo y el caballero era todo de una pieza, como los centau- ros de los poetas Dícenme que ya ahora hay algunos indios que se atreven a herra r caballos, mas que son muy pocos; y con esto pasemos adelante a dar cuenta de otras cosas que no había en aquella mi tierra.
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CAPITULO XVII
DE LAS VACAS Y BUEYES, Y SUS PRECIOS ALTOS Y BAJOS
AS vacas se cree que las llevaron luego después de la
conquista, y que fueron muchos los que las llevaron, y así
se derramaron presto por todo el reino. Lo mismo debía de ser de los puercos y cabras, oorque muy niño me acuerdo yo haberlas visto en el Cosco.
Las vacas tampoco se vendían a los principios cuando había pocas; porque el español que las llevaba (por criar y ver el fruto dellas) no las quería vender, y así no pongo el pre- cio de aquel tiempo hasta más adelante cuando hubieron ya multiplicado. El primero que tuvo vacas en el Cosco fué An- tonio de Altamirano, natural de Estremadura. padre de Pedro y Francisco Altamirano, mestizos, condiscípulos míos, los cuales fallecieron temprano con mucha lástima de toda aque- lla ciudad, por la buena espectación que dellos se tenía de ha- bilidad y virtud.
Los primeros bueyes que vi arar fué en el valle de el Cosco, año de mil y quinientos y cincuenta, uno más o menos, y eran de un caballero llamado Juan Rodríguez de Villalobos, na- tural de Cáceres: no eran más de tres yuntas, llamaban a uno de los bueyes Chaparro, a otro Naranjo, y a otro Castillo: llevóme a verlos un ejército de indios, que de todas partes iban a lo mismo, atónitos y asombrados de una cosa tan monstruo- sa y nueva para ellos y para mí. Decían que los españoles de haraganes por no trabajar, forzaban a aquellos grandes anima- les a que hiciesen lo que ellos habían de hacer. Acuérdome bien de todo esto, porque la fiesta de los bueyes me costó dos do- cenas de azotes: los unos me dió mi padre porque no fui a la escuela; las otros me dió el maestro porque falté della. La tie- rra que araban era un andén hermosísimo que está encima
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de otro donde ahora está fundado el convento del señor San Francisco: la cual casa, digo lo que es el cuerpo de la iglesia, labró a su costa el dicho Juan Rodríguez de Villalobos, a de- voción del señor San Lázaro, cuyo devotísimo fué: los frailes franciscos compraron la iglesia y los dos andenes de tierra, años después: que entonces cuando los bueyes no había casa ninguna en ellos, ni de españoles ni de indios. Ya en otra par- te hablamos largo de la compreda de aquel sitio: los gañanes que araban eran indios, los bueyes domaron fuera de la ciudad en un cortijo, y cuando los tuvieron diestros los truieron al Cosco, y creo que los más solemnes triunfos de la grandeza de Roma, no fueron más mirados que los bueyes aquel día. Cuando las vacas empezaron a venderse valían a decientes pesos, fueron bajando poco a poco como iban multiplicando, y después bajaron de golpe a lo que hoy valen. Al principio del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro, un caballe- ro que yo conocí llamado Rodrigo de Esquivel. vecino del Cos- co, natural de Sevilla, compró en la ciudad de los Reyes diez vacas por mil pesos, que son mil y dociento.s ducados. El año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, las vi comprar en el Cosco a diez y siete pesos, que son veinte ducados y medio, antes menos que más; y lo mismo acaeció en las cabras, ove- jas y puercos, como luego diremos, para q' se vea la fertilidad de aquella tierra. Del año de quinientos y noventa acá me escri- ben del Perú que valen las vacas en el Cosco a seis y a siete ducados, compradas una o dos: pero comprandas en junto va- len a menos.
Las vacas se hicieron montaraces en las islas de Barlo- vento, ta-mbién como las yeguas, y casi por el mismo término: aunque también tienen algunas recogidas en sus hatos, solo por gozar de la leche, queso y manteca dellas: que por lo de- más en los montes las tienen en m: s abundancia Han mul- tiplicado tanto que fuera increíble si los cueros que dellas cada año trae'n a'España no lo testificaran, que según el P. M. Acosta dice, libro cuarto, capítulo treinta y tres. En ia flota del año de mil y quinientos y ochenta y siete, trujeron de Santo Domingo treinta y cinco mil y cuatrocientos y cua- renta y cuatro cueros: y de la Nueva-España trujeron aquel mismo año sesenta y cuatro .mil y trescientos y cincuenta cueros vacunos, que por todos son noventa y nueve mil y se- tecientos y noventa y cuatro. En Santo Domingo y en Cuba, y en las demás islas multiplicaran mucho más, si no recibie- ran tanto daño de los perros lebreles, alanos y mastines que a los principios llevaron: que también se han hecho montara- ces, y multiplicado tanto, que no osan caminar los hombres
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sino van diez, doce juntos: tiene premio el que los mata co- mo si fueran lobos. Para matar las vacas aguardan a que salgan a las savanas a pacer: córrenlas a caballo con lanzas, que en lugar de hierro llevan unas medias lunas que llaman desjarretaderas, tienen el filo adentro, con las cuales alcan- zando la res, le dán en el corvejón y la desjarretan. Tiene el jinete, que las corre necesidad de ir con advertencia, que si la res que lleva por delante va a su mano derecha la hiera en el corvejón derecho, y si va a su mano izquierda la hiera en el corvejón izquierdo, porque la res vuelve la cabeza a la parte que la hieren: y si el de a caballo no va con la adverten- cia dicha, su mismo caballo se enclava en los cuernos de la vaca o del toro, porque no hay tiempo para huir dellos. Hay hombres tan diestros en este oficio, que una carrera de dos tiros de arcabuz derriban, veinte, treinta, cuarenta reses. De tantacarnede vaca como en aquellas islasse desperdicia, pu- dieran traer carnage para las armadas de España: más temo que no se puedan hacer los tasajos por la mucha humidad y calor de aquella región, que es causa de corrupción. Dícenme que en estos tiempos andan ya en el Perú algunas vacas des- mandadas por los despoblados, y que los toros son tan bra- vos que salen a la gente a los caminos: A poco más habrá montaraces como en las islas: las cuales en el particular de las vacas, parece que reconocen el beneficio que España les hizo en enviárselas, y que en trueque y cambio le sirven con la corambre que cada año le envían en tanta abundancia.
CAPITULO XVIII
DE LOS CAMELLOS, ASNOS Y CABRAS Y SUS PRECIOS Y MUCHA CRIA
AMPOCO hubo camellos en el Perú y ahora los hay aun-
que pocos. El primero que los llevó (y creo que después
acá no se han llevado) fué Juan de Reinaga, hombre no- ble natural de Bilbao, que yo conocí capitán de infantería contra Francisco Hernández Girón y sus secuaces, y sirvió bien a su magestad en aquella jornada Por seis hembras y un macho que le llevó, le dió don Pedro Portocarrero, natural de Trujillo siete mil pesos que son ocho mil y cuatrocientos ducados: los camellos han multiplicado poco o nada.
El primer borrico que vi fué en la jurisdicción del Cosco año de mil y quinientos y cincuenta y siete: compróse en la ciudad de Huamanga; costó cuatrocientos y ochenta duca- dos de a trescientos y setenta y cinco maravedís: mandólo comprar Garcilaso de la Vega, mi seííor, para criar muletos de sus yeguas. En España no valia seis ducados, porque era chiquillo y ruinejo. Otro compró después Gaspar de Sotelo, hombre noble, natural de Zamora, que yo conocí, en ocho- cientos y cuarenta ducados. Muías y mulos se han criado des- pués acá muchos para las récuas. y gástanse mucho por la aspereza de los caminos.
Las cabras a los principios cuando las llevaron, no supe ri como valieron: años después las ví vender a ciento y a ciento y diez ducados. Pocas se vendían y era por mucha amistad y ruegos, una o dos. a cual y cual; y entre diez o doce juntaban una manadita para traellas juntas. Esto que he dicho fué en el Cosco año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro y cuarenta y cinco. Después acá han multiplicado tanto, que no hacen caso dellas sino para la corambre. El parir ordinario de las cabras era a tres y a cuatro cabritos, como yo las ví. Un caballero me certificó que en Huanucu, donde él residía, vió parir muchas a cinco cabritos.
CAPITULO XIX
DE LAS PUERCAS Y MUCHA FERTILIDAD
EL precio de las puercas a los principios cuando las lleva ron fué mucho mayor que el de las cabras, aunque no supe certificadamente qué tan grande fué. El coronista Pedro de Cfeza de León, natural de Sevilla, en la demarcación que hace de las provincia del Perú, capítulo veinte y seis, dice: que el mariscal don Jor^e Robledo compró de los bie- nes de Cristóbal de Ayala, que los indios mataron, una puer- ca y un cochino en mil y seiscientos pesos, que son mil y no- vecientos y veinte ducados: y dice más, que aquella misma puerca se comió pocos dís después en la ciudad de Cali en un banquete en que él se halló: y que en los vientres de las madres compraban los lechones a cien pesos (que son ciento y veinte ducados) y a más. Quien quisiere ver precios escesi- vos de cosas que se vendían entre los españoles, lea aquel ca- pítulo y verá en cuán poco tenían entonces el oro y la plata por las cosas de España. Estos eccesos y otros semejantes han hecho los españoles con el amor de su patria en el Nuevo Mundo en sus principios, que como fuesen cosas llevadas de España no paraban en el precio para las comprar y criar, que les parecía que no podían vivir sin ellas.
El año de mil y quinientos y sesenta valía un buen cebón en el Cosco diez pesos; por este tiempo valen a seis y a siete y valieran menos si no fuera por la manteca, que la estiman para curar la sarna del ganado natural de aquella tierra, y también porque los españoles, a falta de aceite (por no po- derlo sacar) guisan de comer con ella los viernes y la cuaresma- las puercas han sido muy fecundas en el Perú. El año de mil
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y quinientos y cincuenta y ocho ví dos en la plaza menor del Cosco con treinta y dos lechones. que habían parido a diez y seis cada una:los hijuelos serían de poco más de treinta dias cuando los vi. Estaban tan gordos y lucios que causaba admi- ración cómo pudiesen las madres criar tantos juntos y tener- los tan bien mantenidos. A los puercos llaman los indios Cuchi, y han introducido esta palabra en su lenguage para decir puerco, porque oyeron decir a los españoles, coche coche cuan- do les hablaban.
CAPITULO XX.
OVEJAS Y GATOS CASEROS.
AS ovejas de Castilla, que las llamamos así, a diferencia
de las del Perú, pues los españoles con tanta impropie-
dad las quisieron llamar ovejas, no asemejándoles en cosa alguna como dijimos en su lugar; no sé en qué tiempo pa- saron las primeras, ni qué precio tuvieron, ni quién fué el pri- mero que las llevó. Las primeras que ví fué en el término del Cosco el año de mil y quinientos y cincuenta y seis, vendíanse en junto a cuarenta pesos cada cabeza, y las escogidas a cin- cuenta, que son sesenta ducados. También las alcanzaban por ruegos, como las cabras. El año de mil y quinientos y sesenta, cuando yo salí del Cosco, aún no se pesaban carneros de Cas- tilla en la carnicería. Por cartas del año de mil y quinientos y noventa a esta parte, tengo relación que en aquella gran ciu- dad vale un carnero en el rastro ocho reales, y diez cuando mucho. Las ovejas, dentro de ocho años, bajaron a cuatro ducados y menos. Ahora por este tiempo hay tantas que va- len muy poco. El parir ordinario dellas ha sido a dos corderos, y muchas a tres. La lana también es tanta que casi no tiene precio, que vale a tres y cuatro reales la arroba. Ovejas bur- das no sé que hasta ahora hayan llegado allá. Lobos no los había, ni al presente los hay, que como no son de venta ni provecho no han pasado allá.
Tampoco había gatos de los caseros antes de los espa^ ñoles; ahora los hay, y los indios los llaman Micitu porque oyeron decir a los españoles, miz, miz, cuando los llamaban. Y tienen ya los indios introducidos en su lenguage este nom- bre micitu para decir gato. Digo esto porque no entienda el español que por darles los indios nombre diferente de gato los tenían antes, como han querido imaginar de las gallinas
que porque los indios les llaman Atahuallpa. piensan que las había antes de la conquista, como lo dice un historiador ha- ciendo argumento. Que los indios tuvieron puestos nombres en su lenguage a todas las cosas que tenían antes de los espa- ñoles, y que a las gallinas líaman hualpa; luego habíalas antes que los españoles pasaran al Perú. El argumento parece que convence a quien no sabe la deducción del nombre hualpa, que no les llaman hualpa sino atahuallpa. Es un cuento gra- cioso: decirlo hemos cuando tratemos de las aves domésticas que no había en el Perú, antes de los españoles.
CAPITULO XXI
Conejos y ?erros castizos.
AMPOCO había conejos de los campesinos que hay en
España, ni de los que llaman caseros: después que yo salí
del Perú los han llevado. El primero que los llevó a la jurisdicción del Cosco fué un clérigo llamado Andrés López, natural de Estremadura, no pude saber de qué ciudad o villa. Este sacerdote llevaba en una jaula dos conejos, macho y hembra; al pasar de un arroyo que está diez y seis leguas del Cosco, que pasa por una heredad llamada Chinchapucyu, que fué de Garcilaso de la Vega, mi señor, el indio que llevabá la jaula se descargó para descansar y comer un bocado, cuando volvió a tomarla para caminar halló menos uno de los conejos, que se había salido por una verjilla rota de la jaula y entrá- dose en un monte bravo que hay de alisos o álamos por todo aquel arroyo arriba, y acertó a ser la hembra, la cual iba pre- ñada, y parió en el monte: y con el cuidado que los indios tu- vieron después que vieron los primeros conejos de que no los matasen, han multiplicado tanto, que cubren la tierra. De allí los han .llevado a otras partes: críanse muy grandes con el vicio de la tierra, como ha hecho todo lo demás que han llevado de España.
Acertó aquella coneja a caer en buena región de tierra templada, ni fría ni caliente: subiendo el arroyo arriba, van participando de tierra, más y más fría, hasta llegar donde hay nieve perpetua, y bajando el mismo arroyo van sintiendo más y más calor, hasta llegar al río llamado Apurimac, que es la región más caliente del Perú. Este cuento de los conejos me contó un indiano de mi tierra, sabiendo que yo escribía estas cosas, cuya verdad remito al arroyo, que dirá si es así o no, si los tiene o le faltan. En el reino de Quitu hay conejos casi
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como los de España, salvo que son mucho menores de cuer- po y más Oscuros de color, que todo el cerro del lomo es prieto, y en todo lo demás son semejantes a los de España. Liebres no las hubo, ni sé que hasta ahora las hayan llevado.
Perros castizos de los que atrás quedan nombrados no los había en el Perú, los españoles los han llevado Los masti- nes fueron los postreros que llevaron, que en aquella tierra por no haber lobos ni otras salvaginas dañosas no era menes- ter: más viéndolos allá los estirríaron mucho los señores de ganado, no por la necesidad, pues no la había, sino porque los rebaños de los ganados remedasen en todo a los de España; y era esta ansia y sus semejantes tan ansiosa en aquellos prin- cipios, que con no haber para qué, no más de por el bien pare- cer, trujo un español desde el Cosco hasta los Reyes que son ciento y veinte leguas de camino asperísimo, un cachorrillo mastín que apenas tenía mes y medio. Llevábalo metido en una alforja que iba colgada en el arzón delantero; y a cada jor- nada tenía nuevo trabajo, buscando leche que comiese el pe- rrillo. Todo esto vi. porque venimos juntos aquel español y yo. Decía que lo llevaba para presentarlo por joya muy esti- mada a su suegro, que era señor de ganado, y vivía cincuenta o sesenta leguas más acá de la ciudad de los Reyes. Estos tra- bajos y otros mayores costaron a los principios las cosas de España a los españoles, para aborrecerlas después como han aborrecido muchas dellas.
CAPITULO XXII
DE LAS RATAS Y LA MULTITUD DELLAS
RESTA decir de las ratas, que también pasaron con lo? españoles, que antes dallos no las había. Francisco Ló- pez de Gomara en su Historia general de las Indias, entre otras cosas (que escribió con falta o sobra de relación verda- dera que le dieron) dice, que no habia ratones en el Perú, hasta en tiempo de Blasco Nuñez de Vela. Si dijera ratas (y quizá lo quiso decir) de las muy grandes que hay en España, había dicho bien, que no las hubo en el Perú. Ahora las hay por la costa en gran cantidad, y tan grandes que no hay gato que ose mirarlas, cuanto más acometerlas. No han subido a los pueblos de la sierra, si se teme que suban por las nieves y mucho frío que hay en medio, si ya no hallan como ir abriga- das.
Ratones de los chicos, hubo muchos, llámanles Ucucha. En NoiYibre de Dios y Panamá, y otras ciudades de la costa del Perú, se valen del tósigo contra la infinidad de las ratas que en ellas se crían. Apregonan a ciertos tiempos del año que cada uno en su casa eche rejalgar a las ratas. Para lo cual guardan muy bien todo lo que es de comer y beber, principal- mente el agua, porque las ratas no la atosiguen; y en una no- che todos los vecinos a una echan rejalgar en las-frutas yotras cosas que ellos apetecen a comer. Otro día hallan muertas tantas que son innumerables.
Cuando llegué a Panamá viniendo a España, debía de haber poco que se había hecho el castigo, que saliendo a pa- searme una tarde por la ribera del mar. hallé a la lengua del agua tantas muertas, q" en más de cien pasos de largo, y tres o cuatro de ancho, no había donde poner los pies: que con el fuego del tósigo van a buscar el agua, y la de la mar les ayuda a mori r más presto.
De la multitud dellas se me ofrece un cuento estraño. por el cual se verá las que andan en los navios, mayormente si son navios viejos: atréveme a contarlo en la bondad y cré- dito de un hombre noble llamado Hernán Bravo de Laguna, de quien se hace mención en las historias del Perú, que tuvo
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indios en el Cosco, a quien yo se lo oí que lo había visto; y fué que un navio que iba de Panamá ó los Reyes, tomó un puerto de los de aquella costa, y fué el de Trujillo. La gente que en él venía saltó en tierra a tomar refresco y a holgarse aquel día y otro que el navio había de parar allí; en el cual no quedó hombre alguno, si no fué un enfermo que por no estar para caminar dos leguas que hay del puertoa la ciudad, se quiso quedar en el navio, el cual quedaba seguro, así de la tempes- tad de la mar, que es mansa en aquella costa, como de los cor- sarios, que aún no había pasado Francisco Drac, que enseñó a navegar por aquel mar y a que se recatasen de los corsarios. Pues como las ratas sintiesen el navio desambarazado de gen- te, salieron a campear, y hallando al enfermo sobre cubierta, le acometieron para comérselo; porque es así verdad, que mu- chas veces ha acaecido en aquella navegación, dejar los en- fermos vivos a prima noche, y morirse sin que los sientan por no tener quien les duela y hallarles por la mañana comidas las caras y partes del cuerpo, de brazos y pi'ernas, que por to- das partes los acometen. Así quisieron hacer con aquel enfer- mo, el cual temiendo el ejército que contra él venía, se levan- tó como pudo, y tomando un asador del fogón, se volvió a su cama, no para dormir, que no le convenía, sino para velar y defenderse de los enemigos que le acometían: y así veló el res- to de aquel día, y la noche siguiente, y otro día hasta bien tarde que vinieron los compañeros: Los cuales al derredor de la cama y sobre la cubierta, y por los rincones -que pudieron buscar, hallaron trecientas y ochenta y tantas ratas que con el asador había muerto, sin otras muchas que se le fueron las- ti madas.
El enfermo, o por el miedo qu- h^l-'-i pí^^ado, o con el regocijo de la victoria alcanzada sanó de su mal, quedándole bien que contar de la gran batalla que con las ratas había tenido. Por la costa del Perú en diversas partes y en diversos años hasta el año de mil y quinientos y setenta y dos, por tres veces hubo grandes plagas causadas por las ratas y rato- nes que criándose innumerables dellos, corrían mucha tierra y destruían los campos. así las sementeras como las heredades, con todos los árboles frutales que desde el suelo hasta los pim- pollos les roían las cortezas; de manera que los árboles se seca- ron, q' fué menester plantarlos de nuevo, y las gentes temie- ron desamparar sus pueblos; y sucediera el hecho según la plaga se extendía, sino que Dios por su misericordia la apaga- ba cuando más encendida andaba la peste. Daños increíbles hicieron que dejamos de contar en particular por huir de la proligidad
CAPITULO XXIII
DE LAS GALLINAS Y PALOMAS
SERA razón hagamos mención de las aves, aunque han sido pocas, que no se han llevado sino gallinas y palomas caseras de las que llaman duendes. Palomas de palomar que llaman zuritas o zuranas, no sé yo que hasta ahora las hayan llevado. De las gallinas escribe un autor que las había en el Perú antes de su conquista, y hácenle fuerza para certi- ficarlo ciertos indicios que dicen que hay para ello, como son, que los indios en su mismo lenguage llaman a la gallina Hual- pa- y al huevo Ronto;y que hay entre los indios el mismo re- frán que los españoles tienen de llamar a un hombre, gallina para notarle de cobarde. A los cuales indicios satisfaremos con la propiedad del hecho.
Dejando el nombre hualpa para el fin del cuento, y to- mando elnombre ronto que se ha de escrebir Runtu. pronun- ciando ere sencilla, porque en aquel lenguage como ya diji- mos, ni en principio de parte, ni en medio della.no hay rr, du- plicada; decimos que es nombre común, significa huevo, no en particular de gallina, sino en general de cualquier ave brava o doméstica, y los indios en su lenguage cuando quieren decir de qué ave es el huevo, nombran juntamente el ave y el huevo, también como el español que dice, huevo de gallina, de perdiz o paloma &c., y esto baste para deshacer el indicio de el nom- bre runtu.
El refrsn de llamar a un hombre gallina por motejarle de cobarde, es que los indios lo han tomado de los españoles por la ordinaria familiaridad y conversación que con ellos tienen: y también por remedarles en el lenguage. como acaece de ordinario a los mismos españoles, que pasando a Italia, Francia. Flandes y Alemania, vueltos a su tierra, quieren lue- go entremeter en su lenguage castellano, las palabras o refra- nes que de los estrangeros traen aprendidos, y así lo han hecho
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los indios: porque ios Incas para decir cobardes, tienen un refrán más apropiado que el de los españoles: dicen Huarmi, que quiere decir muger, y lo dicen por vía de refrán: y para decir cobarde en propia significación de su lenguage. dicen Campa ypara decir pusilánime y flaco de corazón dicen Llanc- 11a. De manera que el refrán, gallina, para decir cobarde, es hurtado del lenguage español, que en el de los indios no lo hay, y yo como indio, doy fé desto.
El nombre hualpa que dicen que los indios dan a las ga- llinas, está corrupto en las letras, y sincopado o cercenado en las sílabas que han de decir Atahuallpa, y no es nombre de gallina, sino del postrer Inca que hubo en el Perú, que como diremos en su vida, fué con los de su sangre cruelísimo sobre todas las fierasy basiliscos del mundo. El cuál siendo bastardo con astucia y cautelas, prendió y mató al hermano mayor, le- gítimo heredero, llamado Huáscar Inca, y tiranizó el reino, y con tormentas y crueldades nunca jamás vistas ni oídas, destruyó toda la sangre real, así hombres como niños y mu- geres, en las cuales por ser más tiernas y flacas, ejecutó el tirano los tormentos más crueles que pudo imaginar; y no hartándose con su propia carne y sangre, pasó su rabia, inhu manidad y fiereza, a desfruir los criados más allegados de la casa real, que como en su lugar dijimos, no eran personas particulares, sino pueblos enteros que cada uno servía de su particular oficio, como porteros, barrenderos, leñadores, aguadores, jardineros, cocineros de la mesa de estado y otros oficios semejantes. A todos aquellos pueblos que estaban al derredor del Cosco en espacio de cuatro, cinco, seis y siete leguas, los destruyó y asoló por tierra los edificios, no conten- tándose con haberles muerto los moradores: y pasaran ade- lantes sus crueldades si no las atajaran los españoles que acer- taron a entrar en la tierra, en el mayor hervor dallas.
Pues como los españoles luego que entraron prendieron al tirano Atahuallpa. y lo mataron en breve tiempo con muer- te tan afrentosa, como fué darle garrote en pública plaza, di- jeron los indios que su dios el sol. para vengarse dél traidor, y castigar al tirano matador de sus hijos, y destruidor de su sangre, había enviado los españoles para que hiciesen justicia dél. Por la cual muerte, los indios obedecieron los españoles como a hombres enviados de su dios el sol. y se les rindieron de todo punto, y no le.> resistieron en la conquista, co mo pu- dieran. Antes los adoraron por hijos y descendientes de aquel su dios Vfracocha hijo del sol, que se apareció en sueños a uno de sus reyes, por quien llamaron al mismo rey Inca Viracocha: y así dieron su nombre a los españoles.
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A esta falsa creencia que tuvieron de los españoles se añadió otra burlería mayor, y fué que como los españoles lle- varon gallos y gallinas, que de las cosas de España fué la pri- mera que entró en el Perú, y como oyeron cantar los gallos, dijeron los indios que aquellas aves, para perpetua infamia del tirano y abominación de su nombre, lo pronunciaban en su canto diciendo: Atahuallpa, y lo pronunciaban ellos Con- trahaciendo el canto del gallo.
Y como los indios contasen a sus hijos estas ficciones, como hicieron todas las que tuvieron, para conservarlas en su tradición, los indios muchachos de aquella edad, en oyendo cantar un gallo, respondían cantando al mismo tono y decían: Atahuallpa. Confieso verdad, que muchos condiscípulos míos y yo con ellos, hijos deespañoles y de indias, lo cantamos en nuestra niñez por las calles juntamente con los indiezuelos.
Y para que se entienda mejor cuál era nuestro canto, se pueden imaginar cuatro figuras o puntos de c»nto de órgano en dos compases:por los cuales se cantaba la letra Atahuallpa, que quien las oyere, verá que se remeda con ellos el canto or- dinario del gallo; y son dos seminimas y una mínimayun se- mibreve, todas cuatro figuras en un signo. Y no solo nom- braban en e! canto al tirano, más también a sus capitanes más principales, como tuviesen cuatro sílabas en el nombre: como Challchuchi ma. Quilliscacha. y Rumiñavi, que quiere decir ojo de piedra: porque tuvo un berrueco de nube en un ojo. Esta fué la impusición del nombre Atahuallpa, que los indios pusieron a los gallos y gallinas de España. El P. Blas Valera habiendo dicho en sus destrozados y no merecidos papeles, la muerte tan repentina de Atahuallpa. y habiendo contado largamente sus escelencias, que para con sus vasallos las tuvo muy grandes como cualquiera de los demás Incas, aunque para sus parientes tuvo crueldades nunca oídas y habiendo encarecido el amor que los suyos le tenían, dice en su elegante latín estas palabras: de aquí nació, que cuando su muerte fué divulgada entre sus indios, porque el nombre de tan gi*an va- ron no viniese en olvido, tomar'on por remedio y consuelo decir, cuando cantaban los gallos, que los españoles llevaron consigo, que aquellas aves lloraban la muerte de Atahuallpa, y q' por su memoria nombraban su nombre en su canto: por lo cual llamaron al gallo y a su canto, Atahuallpa: (10) y de tal manera ha sido recebido este nombre en todas naciones y len- guas de los indios, que no solamente ellos más también los
10} Cüncorilantc rciii lo asex crado por Juan Santa Cruz I^a^hacnti. ^'(;aS(' Tres Relación p. Prteag;i. Revista Hi-toiuca I. I! Arlionto ¿Atahuallpa?
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españoles y los predicadores usan siempre dél &c. Hasta aquí es del P. Blas Valera, el cual recibió esta relación en el reino de Quitu, de los mismos vasallos de Atahuallpa, que como aficionados de su rey natural, dijeron que por su honra y fama le nombraban los gallos en su canto, y yo la recibí en el Cos- co, donde hizo gran des cru el dades y tiranías; y los que las pa- decieron, como lasti mados y ofendidos decían que para eterna infamia y abominación de su nombre, lo pronunciaban los ga- llos cantando: cada uno dice de la feria como le va en ella. Con lo cual creo se anulan los tres indicios propuestos, y se prueba largamente, cómo antes de la conquista de los españo- les no había gallinas en el Perú. Y como se ha satisfecho esta parte, quisiera poder satisfacer otras muchas que en las his- torias de aquella tierra hay que quitar y que añadir por flaca relación que dieron a los historiadores. Con las gallinas y palomas que los españoles llevaron de España al Perú, po- demos decir que también llevaron los pavos de tierra de Mé- xico, que antes dellos tampoco los había en mi tierra. Y por ser cosa notable, es de saber que las gallinas no sacaban pollos en la ciudad del Cosco, ni en todo su valle, aunque les hacían todos los regalos posibles, porque el temple de aquella ciudad es frío. Decían los que hablaban desto, que la causa era ser las gallinas estrangeras en aquella tierra, y no haberse conna- turalizado con la región de aquel valle; porque en otras más calientes como Y-ucay y Muina, que están a cuatro leguas de la ciudad, sacaban muchos pollos. Duró la esterilidad del Cosco más de treinta años, que el año de mil quinientos se- senta, cuando yo salí de aquella ciudad, aún no los sacaban. Algunos años después entre otras nuevas, me escribió un ca- ballero que se decía Garci Sánchez de Figueroa. que las ga- llinas sacaban ya pollos en el Cosco en gran abundancia.
El año de mil y quinientosycincuenta y seis, un caballero natural de Salamanca, que se decía don Martin de Guzman. que había estado en el Perú, volvió allá, llevó muy lindos jae- ces y otras cosas curiosas, entre las cuales llevó en una jaula un pajarülo de los que acá llaman canarios, porque se crian en las Islas de Canaria: fué muy estimado, porque cantaba mucho y muy bien: causó admiración que una avecilla tan pequeña pasase dos mares tan grandes, y tantas leguas por tierra como hay de España al Cosco. Damos cuenta de cosas tan menudas, porque a semejanza dellas se esfuercen a llevar otras aves de más estima y provecho, como serían las perdices de España, y otras caseras que no han pasado allá, que se darían como todas jas demás cpsas,
CAPITULO XXIV
DEL TRICO
VA que se ha dado relación de las aves, será justo la de- mos de las mieses. plantas y legumbres de que carecía el Perú. Es de saber, que el primero que llevó trigo a mi patria (yo llamo asi a todo el imperio que fué de los Incas) fué una señora, noble, llamada María de Escobar, casada con un caballero que se decía Diego de Chavez, ambos naturales de Trujillo. A ella conocí en mi pueblo, que muchos años des- pués que fué al Perú se fué a vivir a aquella ciudad; a él no conocí porque falleció en los Reyes.
Esta señora, digna de un gran estado, llevó el trigo al Perú, a la ciudad del Rimac. Por otro tanto adoraron los gen- tiles, a Ceres por diosa, y desta matrona no hicieron cuenta los de mi tierra: qué año fuese no lo sé; más de que la semilla fué tan poca, que la anduvieron conservando, y multiplican- do tres años, sin hacer pan de trigo, porque-no llegó a medio almud lo que llevó, y otros lo hacen de menor cantidad: es verdad que repartían la semilla aquellos primeros tres años a veinte y a treinta granos por vecino; y aún habían de ser los más amigos, para que gozasen todos de la nueva mies.
Por este beneficio que esta valerosa muger hizo al Perú, ■ y por los servicios de su marido que fué de los primeros con- nuistadores, le dieron en la ciudad de los Reyes un buen re- partimiento de indios, que pereció con la muerte dellos El año de mil y quinientos y cuarenta y siete, aún no había pan de trigo en el Cosco (aunqu&ya había trigo) porque me acuer- do que el obispo de aquella ciudad, don Fray Juan Solano, dominico, natural de Antequera, (11) viniendo huyendo de
(llj Fué el segundo Obispo del Cuzco, .surediendo en la Sede al Obispo l^r. Vicente Valverde. i-^r. .Juan Solano gobernó su diócesis de 1.^45 a ir>6-' renunció el Obispado y nnurió en Roma en 11 de enero de 1580
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la batalla de Huarina. se hospedó en casa de mi padre con otros catorce o quince de su camarada, y mi madre los regaló con pan de maiz: y los españoles venían tan muertos de ham- bre, que mientras les aderezaron de cenar tomaban puñados de maíz crudo. que echatan a sus cabalgaduras, y se lo comían, como si fueran almendras confitadas: la cebada no se sabe quién la llevo; creése que algún grano della fué entre el trigo, porque por mucho que aparten estas dos semillas, nunca se apa rtan del todo. (12)
112] rna viiliosa mHUogiiifiii suljif el i uHiv" ili l liifj" ' ii 'íI Heiti cnins íi )a eiudltfi pluma ric nuestro malnprado iriatstro el Dr. Pablo Patrón.
CAPITULO XXV
DE LA VID. Y EL PRIMERO QUE METIO UVAS EN EL COSCO.
DE la planta de Noe dán la honra a Francisco de Cara- vantes. antiguo conquistador de los primeros del Perú, natural de Toledo, hombre noble. Este caballero, viendo la tierra con algún asiento y quietud envió a España por plan- ta, y el que vino por ella por llevarla más fresca. la llevó de las islas de Canaria, de uva prieta, y así salió casi toda la uva tinta, y el vino es todo aloque, no del todo tinto, y aunque han llevado ya otras muchas plantas, hasta la moscatel, más con todo eso aún no hay vino blanco.
Por otro tanto como este caballero hizo en el Perú, ado- raron los gentiles por dios al famoso Baco. y a él se lo han agradecido poco o nada. Los indios, aunque ya por este tiem- po vale barato el vino, lo apetecen poco, porque se contentan con su antiguo brebage hecho de sara y agua. Juntamente con lo dicho, oí en el Perú a un caballero fidedigno, que un español curioso había hecho almácigo de pasas llevadas de España y que prevaleciendo algunos granillos de las pasas nacieron sarmientos; empero tan delicados, que fué menester conservarlos en el almácigo tres o cuatro años, hasta que tu- vieron vigor para ser plantados; y que las pasas acertaron a ser de uvas prietas, y que por eso salía todo el vino del Perú tinto o aloque, porque no es del todo prieto como el tinto de España: pudo ser que hubiese sido lo uno y lo otro; porque las ansias que los españoles tuvieron por ver cosas de su tierra en las Indias, han sido tan vascosas y eficaces, que ningún trabajo ni peligro se les ha hecho grande, para dejar de inten- tar el efecto de su deseo.
El primero que metió uvas de su cosecha en la ciudad del Cosco, fué el capitán Bartolomé de Terrazas, de los primeros conquistadores del Perú, y uno de los que pasaron a Chili con el adelantado don Diego de Almagro. Este caballero conocí yo. fué nobilísimo de condición, magnífico, liberal, con las demás virtudes naturales de caballero. Plantó una viña en su repar- timiento de indios, llamado Achanquillo, en la provincia de Cuntisuyu, de donde año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, envió treinta indios, cargados de muy hermosas uvas, a Garcilaso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los caballeros de aque- lla ciudad, para que todos gozasen del fruto de su trabajo. Fué gran regalo, por ser fruta nueva de España, y la magnifi- cencia no menor, porque si se hubieran de vender las uvas, se hicieran dellas más de cuatro o cinco mil ducados. Yo gocé buena parte de las uvas, porque mi padre me eligió por em- bajador del capitán Bartolomé de Terrazas y con dos pajeci líos indios, llevé a cada casa principal dos fuentes dellas.
CAPITULO XXVI
DEL VINO Y DEL PRIMERO QUE HIZO VINO EN EL COSCO, Y DE
SU PRECIO
EL año de mil y quinientos y sesenta, viniéndome a Es paña, pasé por una heredad de Pedro López de Cazalia, natural de Llerena. vecino del Cosco, secretario que fué del presidente Gasea, (13) la cual se dice Marcahuasi. nueve leguas de la ciudad, y fué a 21 de enero donde hallé un capa- taz portuguez, llamado Alfonso Vaez. que sabía mucho de agricultura, y era muy buen hombre. El cual me paseó por toda la heredad, que estaba cargada de muy hermosas uvas, sin darme un gajo dellas: que fuera gran regalo para un hués- ped caminante, y tan amigo como yo lo era suyo y dellas, más no lo hizo: y viendo que yo habría notado su cortedad, me dijo que le perdonase, que su señor le había mandado que no tocase ni un grano de las uvas, porque quería hacer vino de- llas. aunque fuese pisándolas en una artesa, como se hizo (se- gún me dijo después en España un condiscípulo mío, porque no había lagar ni los demás adherentes, y vio la artesa en que se pisaron) porque quería Pedro López de Cazalla ganar la joya que los reyes católicos y el emperador Carlos Quinto ha- bían mandado se diese de su real hacienda, al primero que en cualquier pueblo de españoles sacase fruto nuevo de España, como trigo, cebada, vino y aceite, en cierta cantidad. Y esto mandaron aquellos príncipes de gloriosa memoria, porque los españoles se diesen a cultivar aquella tierra, y llevasen a ella las cosas de España que en ella no había.
La joya eran dos barras de plata de a trescientos ducados cada una, y la cantidad del trigo o cebada, había de ser medio cahiz, y la del vino o aceite había de ser cuatro arrobas. No quería Pedro López de Cazalla hacer el vino por la codicia de
(\o¡ 'raailjÍL'H io lialjia sidu del .\laii|iii-'/. I'i/.aii"- <ii>:piii.'í; quu l'i/iliu Saii-
lÜU dejó ni r¡llt;U. N'cílSf' .le.^i's. <'inu¡lli>tUl riel l'nú. ri;TE.\GA--riOMI-.llii.
t. \'. Xolu .\u. 1.
los rlineros de !a joya, que mucho más pudiera sacar de las uvas, sino por la honra y fama de haber sido el primero que en el Cosco hubiese hecho vino de sus viñas. Esto es lo que pasó acerca del primer vino que se hizo en mi pueblo. Otras ciudades de el Perú, como fué Huamanca, y Arequepa, lo tuvieron mucho antes y todo era haloquillo. Hablando en Córdoba con un canónigo de Quitu destas cosas que vamos escribiendo, me dijo que conoció en aquel reino de Quitu un español curioso en cosas de agricultura, particularmente en viñas, que fué el primero que de Rimac llevó la planta a Qui- tu, que tenía una buena viña, riberas del río, que llaman de Mira, que está debajo de la b'nea Equinoccial, y es tierra ca- liente: díjome que le mostró toda la viña; y porque viese la curiosidad que en ella tenía, le enseñó doce apartados que en un pedazo della había, que podaba cada mes el suyo, y así te- nía uvas frescas todo el año, y que la demás viña la podaba una vez al año. como todos los demás españoles sus comar- canos. Las viñas se riegan en todo el Perú y en aquel río es la tierra caliente, siempre de un temple, como las hay en otras muchas partes de aquel imperio; y asi no es mucho que los temporales hagan por todos los meses del año sus efectos en las plantas y mieses según q' les fueren dando y quitando el riego, que casi lo mismo vi yo en algunos valles en el maiz; que en una haza lo sembraban y en otra estaba ya nacido a media pierna, y en otra para espigar, y en otra ya espigado. Y esto no hecho por curiosidad sino por necesidad, como tenían los indios el lugar y la posibilidad para beneficiar sus tierras.
Hasta el año de 1560 que yo salí del Cosco y años des- pués, no se usaba dar vino a la mesa de los vecinos (que son los que tienen indios) a los huéspedes ordinarios (si no era al- guno que había menester para su salud) porque el beberlo eritonces, más parecía vicio que necesidad: que habiendo ga- nado los españoles aquel imperio tan sin favor del vino ni de otros regalos semejantes, parecen que querían sustentar aque- llos buenos principios en no beberlo. También se comedían los huéspedes a no tomarlo, aunque se lo daban, por la cares- tía dél; porque cuando más barato, valía a treinta ducados el arroba: yo lo ví así después de la guerra de Francisco Her- nández Girón, En los tiempos de Gonzalo Pizarro y antes lle- gó a valer muchas veces, trescientos, y cuatrocientos, y qui- nientos ducados una arroba de vino; los años de mil y qui- nientos y cincuenta y cuatro y cinco, hubo mucha falta de él en todo el reino. En la ciudad de los Reyes llegó a tanto estre- mo, que no se hallaba para decir misa. El arzobispo don Ge- rónimo de Loayza, natural de Trujillo, hizo cala y cata, y en
una casa hallaron media botija de vino y se guardó para las misas. Con esta necesidad estuvieron algunos días y meses, hasta que entró en el puerto un navio de dos mercaderes que yo conocí, que por buenos respetos a la descendencia dellos, no los nombro, que llevaban dos mi! botijas de vino; y hallan- do la falta dél, vendieron las primeras a trescientos y sesenta ducados, y las postreras no menos de a docientos. Este cuento supe de el piloto q" llevó el navio, porque en el mismo me tru- jo de los Reyes a Panamá; por los cuales excesos nose permi- tía dar vino.de ordinario. Un día de aquellos tiempos convidó a comer un caballero que tenía indios a otro que no los tenía Comiendo media docena de españoles en buena conversación, el convidado pidió un jarro de agua para beber: el señor de la casa mandó que le diesen vino; y como el otro le dijese que no lo bebía, le dijo: pues si no bebéis vino, venios acá a comer y a cenar cada día. Dijo esto, porque de toda la demás costa, sacado el vino, no se hacía cuenta; y aún la del vino no se mi- raba tanto por la costa, como por la total falta que muchas veces había de él, por llevarse de tan lejos como España, y pasar dos mares tan grandes, por lo cual en aquellos princi- pios se estimó en tanto como se ha dicho.
CAPITULO XXVII
DEL OLIVO, Y QUIEN LO LLEVO AL PERU
EL mismo año mil y quinientos y sesenta, don Antonio de Rivera, vecino que fué de ios Reyes, habiendo años antes venido a España, por procurador general del Perú, volviéndose a él, llevó plantas de olivos de los de Sevi- lla: y por mucho cuidado y diligencia que puso es las que lle- vó en dosítinajones. en que iban m^s de cien posturas, no lle- garon a la ciudad de los Reyes más de tres estacas vivas, las cuales puso en una muy hermosa heredad cercada, que en aquel valle tenia, de cuyos frutos de uvas y higos, granadas, melones, naranjas, y limas, y otras frutas y legumbres de Es- paña, vendidas en la plaza de aquella ciudad por iruta nueva, hizo gran suma de dinero que se cree por cosa cierta que pasó de decientes mil pesos. En esa heredad plantó los olivos don Antonio de Rivera y porque nadie pudiese haber, ni tan solo una hoja dellos para plantar en otra parte, puso un gran ejér- cito que tenía de más de cien negros y treinta perros que de día y de noche velasen en guarda de sus nuevas y preciadas posturas. Acaeció que otros que velaban más que los perros, o por consentimiento de alguno de los negros que estaría cohechado (según se sospechó) le hurtaron una noche una planta de las tres, 'la cual en pocos días amaneció en Chiíi, seiscientas leguas de la ciudad de los Reyes, donde estuvo tres años criando hijos con tan próspero suceso de aquel reino, que no ponían renuevo por defgado que luese que no prendie- se, y que en muy breve tiempo no se hiciese muy hermoso olivo,
Al cabo de !o^ tres años, por las muchas cartas de excomu- nión, que contra los ladrones de su planta don Antonio de Ri- bera había hecho leer, le volvieron la misma que le habían
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llevado y la pusieron en el mismo lugar de donde la habían saca- do, con tan buena maña y secreto, que ni el hurto ni la resti- tución supo su dueño jamás quien la hubiese hecho. En Chili se han dado mejor los olivos que en el Perú; debe de ser por no haber estrañado tanto la constelación de la tierra, q" está en treinta grados hasta los cuarenta, casi como la de España. En el Perú se dan mejor en la sierra que en los llanos. A los prin- cipios se daban por mucho regalo y magnificencia tres acei- tunas a cualquier convidado, y no más. De Chili se ha traído ya por este tiempo aceite al Perú. Esto es lo que ha pasado acerca de los olivos que se han llevado a mi tierra; y con esto pasáremos a tratar de las demás plantas y legumbres que no había en el Perú.
CAPITULO -XXVIII
DE LAS FRUTAS DE ESPAÑA Y CAÑAS DE AZUCAR
S así que no había higos, ni granadas, ni cidras, ni naran-
jas, ni limas dulces ni agrias, ni manzanas, peros, ni ca-
muesas, membrillos, duraznos, melocotón, albérchigo, albaricoque. ni suerte alguna de ciruelas, de las muchas que hay en España, sola una manera de ciruelas había diferente de las de acá, aunque los españoles las llaman ciruelas, y los indios Ussun; y esto digo, porque no la metan entre las cirue- las de España: no hubo melones, ni pepinos de los de España, ni calabazas de las que se comen guisadas. Todas estas frutas nombradas y otras muchas que ahora no me vienen a la me- moria las hay por este tiempo en tanta abundancia, que ya son despreciables, como los ganados, y en tanta grande/a mayor que la de España que pone admiración a los españo- les que han visto la una y la otra.
En la ciudad de los Reyes, luego que se dieron las i/rana- das, llevaron una en las andas del Santísimo Sacramento en la procesión de su fiesta, tan grande, que causó admiración a cuantas la vieron. Yo no o~jO decir qué tamaña me la pin- taron por no escandalizar los ignorantes que no creen que haya mayores cosas en el mundo que las de su aldea; y por otra parte es lástima que por temer a los simples se dejen de escrebir las maravillas que en aquella tierra ha habido de las obras de naturaleza- y volviendo a ellas decimos, que han sido de estraña grandeza, principalmente las primera."^, que la granada era mayor que una botija dp las que hj-cen en Sevilla para llevar aceite a Indias, y muchos racimos de uvas se han visto de ocho y diez libras, y membrillos como la. cabeza de un hombre, y cidras como medios cántaros; y bastg'esto acer-
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ca del grand'.r de las írvtas de España, que adelante diremos de las legumbres, que no causar;ui menos admiración.
Quiénes fueron los curiosos que llevaron estas plantas, y en qué tiempo y años, holgará mucho saber para poner-aquí sus nombres y tierras, porque a cada uno se Ies dieron sus nom- bres y bendiciones que tales beneficios merecen. El año de mil y quinientos y ochenta llevó al Perú planta de guindas y cerezas un español, llamado Gaspar de Alcocer, caudaloso mercader de la ciudad de los Reyes, donde tenía una muy hermosa heredad. Después acá me han dicho que se perdieron por demasiadas diligencias que con ellos hicieron para que prevalecieran. Almendras han llevado; nogales no sé hasta ahora que los hayan llevado. Tampoco había cañas de azúcar en el Perú: ahora en estos tiempos por la buena diligencia de los españoles, y por la mucha fertilidad de la tierra hay tan- ta abundancia de todas estas cosas, que ya dan hastío: y don- de a los principios fueron tan estimadas, son ahora menospre- ciadas, y tenidas en poco o nada.
El primer ingenio de azúcar que en el Perú se hizo fué en tierras de Huanucu. Tué de un caballero que yo conocí. Un criado suyo, hombre prudente y astuto, viendo que llevaban al Perú mucho azúcar del reino de Méjico, y que e! de su amo, por la multitud de lo que llevaban no subía de precio, le acon- sejó que cargase un nav-o de azúcar, y lo enviase a la Nueva- España, para que viendo allá que lo enviaba del Perú, enten- diesen que había sobra dél, y no !o llevasen más- así se hizo, y el concierto salió cierto y provechoso; de cuya causa se han hecho después acá los ingenios que hay, que son muchos
Han habido españoles tan curiosos en la apr'cultura (se- gún me han dicho) que han hecho engertos de árboles frutales de España con los frutales del Perú, y que sacan frutas mara- villosas con grandísima admiración de los indios, de ver que a un árbol hagan llevar al año dos, tres, cuatro frutas dife- rentes, admíranse destas curiosidades, y de cualquier otra menor, porque ellos no trataron de cosas semejantes. Podrían también los agricultores (sino lo han hecho ya) engerir olivos en los árboles que los indios llaman quishuar. cuya madera y hoja es muy semejante al olivo: que yo me acuerdo que en mis niñeces me decían los españoles (viendo un quishuar) el aceite y aceitunas que traen de España, se cogen de unos ár- boles como estos. Verdad es que aquel árbol no es frutuoso: llega a echar la flor como la del olivo, y luego se le cae: con sus renuevos lugábamos cañas en el Cosco por falta dellas por- que no se crian en aquella región por ser tierra fría.
CAPITULO XXIX
Di LAS HORTALIZAS Y YERBAS, Y DE LA GRANDEZA DELLAS
DE las legumbres que en España se comen no había nin- guna en el Perú, conviene a saber, lechugas, escarolas, rábanos, coles, nabos, ajos, cebollas, berengenas, espi- nacas, acelgas, yerba buena, culantro, perejil, ni cardos hor- tense ni campestre, ni espárragos; (verdolagas babia y po- leo) tampoco habia visnagas ni otra yerba alguna de las que hay en España de provecho. De las semillas tampoco había garbanzos, ni habas, lentejas, anís, mostaza, oruga, alcaravea, ajonjolí, arroz, alhucema, cominos, orégano, ajenuz, avenate, ni adormideras trébol, ni manzanilla hortense ni campestre. Tampoco había rosas ni clavelinas, de todas las suertes que hay en España, ni jazmines, ni azucenas, ni mosquetas.
De todas estas flores y yerbas que hemos nombrado, y otras que no he podido traer a la memoria, hay aho'-a tanta abundancia que muchas dellas son ya muy dañosas, como nabos, mostaza, yerba buena y manzanilla, que han cundido tanto en algunos valles, que han vencido las fuerzas y la dili- gencia humana, toda cuanta se ha hecho para arrancarlas, y han prevalecido de tal manera que han borrado el nombre antiguo de los valles, y forzádolos que se llamen de su nom- bre, como el valle de la Yerba Buena en la costa de la mar, que solía llamarse Rucma, y otros semejantes. En la ciudad de los Reyes crecieron tanto las primeras escarolas y espina- cas que sembraron, que apenas alcanzaba un hombre con las manos los pimpollos dellas; y se cerraron tanto que no podía hender un caballo por ellas: la monstruosidad en grandeza y abundancia que algunas legumbres y mieses a los principios sacaron iié increíble. El trigo en muchas partes acudió a los principic.s a trecientas hanegas y a más por hanega de sem- bradura
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En el valle de Huarcu, en un pueblo que nuevamente mandó poblar allí el visorey don Andrés Hurtado de Men- doza, marqués de Cañete, pasando yo por el, año de mil qui- nientos sesenta, viniéndome a E?paña. me llevó a su casa un vecino de aquel pueblo, que ^e decía Garci- Vásquez, que ha- bía sido criado de mi padre, y dándome de cenar, me dijo: comed de ese pan que acudió a más de trecientas hanegas porque llevéis qué contar a Frpaña Yo me hice admirado de la abu ndancia, porque la ordinaria que yo antes había visto, no era tanta ni con mucho, y me dijo el Garci- Vásquez: no se os haga duro de creerlo, porque os digo verdad, como cristiano que sembré dos hanegas y media de trigo, y tengo encerradas seiscientas y ochenta, y se me perdieron otras tantas por no tener con quien las coger.
Contando yo este mismo cuento a Gonzalo "Silvestre, de quien hicimos larga m.encirn en nuestra historia de la Florida, 7 la haremos en ésta, si llei;amos a sus tiempos, me dijo que no era mucho, poroue en la Dr~vi icia ^'e Chuqui-aca c re; del río Pilicumayu en unas tierras que allí tuvo los primeros años q' las sembró, le habían acudido a cuatrocientas y a qui- nientas hanegas por una. El año de mil y quinientos y cincuen- ta y seis, yendo por gobernador a Chili, don García de Mendoza, hijo del visorey ya nombrado, habiendo tomado el puerto de Arica, le dijeron que cerca de allí: en un valle llamado Cusa- pa, había un rábano de tan estraña grandeza, que a la sombra de sus hojas estaban atados cinco caballos, que lo querían traer para que lo viese. Respondió el don García que no lo arrancasen, que lo quería ver por propios ojos para tener qué contar' y así fué con otros muchos que le acompañaron, y vie- ron ser verdad lo q' les habían dicho. El rábano era tan grueso que apenas lo ceñía un hombre con los brazos, y tan tierno, que después se llevó a la posada de don García, y comieron muchos dél. En el valle que llaman de la Yerba Buena han medi'do muchos tallos della de a dos varas y media en largo. Quien las ha medido tengo hoy en mi posada, de cuya rela- ción escribo esto.
En la santa iglesia catedral de Córdova, el año de mil y quinientos noventa y cinco, por el mes de m.ayo, hablando con un caballero que se dice don Martin de Contreras, sobrino del famoso gobernador de Nicaragua, Francisco de Contreras, diciéndole yo como iba en este paso de nuestra historia, y que temía poner el grandor de las cosas nuevas de mieses y legum- bres, que se daban en mi tierra, porque eran increíbles para los que no habían salido de las suyas, me dijo: no dejéis por eso de escrebir lo que pasa, crean lo que quisieren, basta de-
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cirles verdad. Yo soy testigo de vista de la grandeza del rába- no del valle de Cusapa, porque soy uno de los que hicieron aquella jornada con don García de Mendoza, y doy fé como caballero hijodalgo que ví los cinco caballos atados a sus ra- mas, y después comí del rábano con los demás. Y podéis aña- dir, que en esa misma jornada vi en el valle de ica un melón que pesó cuatro arrobas y tres libras, y se tomó por fé / tes timonio ante escribano, porque se diese crédito cosa tan monstruosa. Y en el valle de Yucay com.i de u;:a lechuga que pesó siete libras y media. Otras muchas cosas semejantes de mieses y frutas, y legumbres me dijo este caballero, qui- las dejo de escribir por no hastiar con ellas a los que las ?e- yeren.
El P. M. Acosta, en el libro cuarto, capitulo diez y nueve, donde trata de las verduras, legumbres y frutas del Perú, dice lo q' se sigue, sacado a la letra: yo no he hallado que los indios tuviesen huertos diversos de hortalizas, sino que culti- vaban la tierra a pedazos para legumbres, que ellos u<=an, co- mo las que llaman frijoles y pallar'rs. que sirven como acá garbanzos, habas y lentejas- y no he alcanzado que éstos ni otros géneros de legumbres de Europa los hubiese antes de en- trar los españoles, los cuales han llevado hortalizas y legum- bres de España, y se dán allá estremadamente, y aún en par- tes hay que escede mucho la fertilidad a la de acá, como si dijésemos de los melones que se dan en el valle de Ica en el Perú, de suerte que se hace cepa la raiz. y dura años, y dá cada uno melones, y la podan como si fuese árbol, cosa que no sé que en parte ninguna de España acaesca &c. Hasta aquí es del P. Acosta. cuya autoridad esfuerza mi ánimo, para que sin temor diga la gran fertilidad que aquella tierra mostró a los principios con las frutas de España, que salieron espanta- bles e increíbles; y no es la menor de sus maravillas ésta que el P. M. escribe, ala cual se puede añadir que los melones tu- vieron otra escelencia entonces que ninguno salía malo como lo dejasen madurar: en lo cual también mostraba la tierra su fertilidad, y lo mismo será ahora si se nota: y porque los pri- meros melones que en la comarca de los Reyes se dieron, cau- saron un cuento gracioso, será bien lo pongamos aquí, donde se verá la simplicidad que los indios en su antigüedad tenían, y es que un vecino de aquella ciudad, conquistador de los pri- meros, llamado Antonio Solar, hombre noble, tenía una here- dad en Pachacamac, cuatro leguas de los Reyes, con un capa- taz español que miraba por su ^^acien .ia, el cual envió a su amo diez melones que llevaron dos indios a cuestas, según la costumbre dellos con una carta. Ala partida les dijo el capataz.
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no comáis ningún melón de estos, porque si lo coméis lo ha de decir esta carta. Ellos fueron su camino, y a media jornada se descargaron para descansar. El uno dellos, movido de la golosina, dijo al otro: ¿no sabríamos a qué sabe esta fruta de la tierra de nuestro amo? El otro dijo, no, porque si comemos alguno, lo dirá esta carta, que así nos lo dijo el capataz. Re- plicó el primero: buen remedio, echemos la carta detrás de aquel paredón, y como no nos vea comer, no podrá decir nada. El compañero, se satisfizo del consejo, y poniéndolo por obra comieron un melón. Los indios en aquellos principios, como no sabían lo que eran letras, entendían que las cartas que los españoles se escrebían unos a otros eran como mensageros que decían de palabra lo que el español les mandaba, y que eran como espías que también decían lo que veían por el ca- mino; y por esto dijo el otro, echémosla trás el paredón para que no nos vea comer. Queriendo los indios proseguir su ca- mino, el que llevaba los cinco melones en su carga dijo ai otro: no vamos acertados, conviene que emparejemos las carcas, porque si vos lleváis cuatro y yo cinco, sospechará n q'nosotros hemos comido el que falta. Dijo el compañero, muy bien decís, y así por encubrir un delito , hicieron otro mayor, que se co- mieron otro melón: los ocho que llevaban presentaron a su amo, el cual habiendo leído la carta les dijo: ¿qué son de dos melones que faltan aquí? Ellos a una respondieron: señor, no nos dieron más de ocho. Dijo Antonio Solar; porque men- tís vosotros, que esta carta dice que os dieron diez, y que os comisteis los dos. Los indios se hallaron perdidos de ver que tan al descubierto les hubiese dicho su amo lo que ellos habían hecho en secreto; y así confusos y convencidos no supieron contradecir a la verdad. Salieron diciendo que con mucha razón llamaban dioses a los españoles con el nombre Vira- cocha, pues alcanzaban tan grandes secretos. Otro cuento semejante refiere Gomara que pasó en la isla de Cuba a los principios cuando ella se ganó; y no es maravilla que una mis- ma ignorancia pasase en diversas partes y en diferentes na- ciones, porque la simplicidad de los indios del Nuevo Mundo, en los que ellos no alcanzaron todo fué una. Por cualquiera ventaja que los españoles hacían a los indios, como correr caballos, domar novillos, y romper la tierra con ellos, hacer molinos y arco de puente en río grandes, tirar con un arcabuz, y matar con él a ciento, y a docientos pasos, y otras cosas semejantes, todas las atribuían a divinidad; y por ende les llamaron dioses como lo causó la carta.
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CAPITULO XXX
DEL LINO, ESPARRAGOS, VISNAGAS Y ANIS.
TAMPOCO había lino en el Perú. Doña Catalin • de Retes, natural de la villa de San Lucar de Barrameda, suegra que fué de don Francisco de Villafuerte. conquistador de los primeros, y vecino del Cosco, muger noble y muy reli- giosa, que iué de las primeras pobladoras del convento de San- ta Clara del Cosco del año de mil y quinientos y sesenta, es peraba en aquella ciudad linaza, que la había enviado a pe dir a España para sembrar, y un telar para tejer lien70s caseros' y como yo salí aquel año del_^Perú,1no supe si lo llevaron o no. Después acá he sabido que se coge mucho lino, más no sé cuán £;randes hilanderas hayan sido las españolas, ni las mestizas, mis parientas, porque nunca las ví hilar, sino labrar y coser, que entonces no tenían lino: aunque tenían muy lindo algo- dón y lana riquísima, que las indias hilaban a las mil mara- villas: la lana y el algodón carmenan con los dedos, que los indios no alcanzaron cardas, ni las indias torno, para hilar a él. Deque no sean grandes hilanderas de lino tienen descargo, pues no pueden labrarlo.
Volviendo a la mucha estima que en el Perú se ha hecho de las cosas de España, por viles que sean, no siempre, sino a los principios, luego que allá se llevaron, me acuerdo que el año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, o el de cincuenta y seis. García de Meló, natural de Trujillo, tesorero que en- tonces era en el Cosco de la hacienda de sn magestad, envió a Garcilaso de la Vega, mi señor, tres espárragos de los de Es- paña, que allá no los hubo: no supe donde hubiesen nacido, y le envió a decir que comiese de aquella '.ruta de España, nue- va en el Cosco, que por ser la primera se la enviaba: los es- párragos eran hermosísimos, los dos eran gruesos como los
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dedos de la mano, y largos de más de una tercia: el tercero era más grueso y más corto, y todos tres tan tiernos, que se quebraban de suyo. Mi padre, para mayor solemnidad de la yerba de España, mandó que se cociesen dentro en su aposen- to al brasero que en él había, delante de los siete u ocho caba- lleros que a su mesa cenaban. Cocidos los espárragos trujeron aceite y vinagre, y Garcilaso, mi ?eñor repartió por su mano los dos más largos dando a cada uno de los de la mesa un bocado, y tomó para sí el tercero, diciendo que le perdonasen, que por ser cosa de España quería ser aventajado por aquella vez. Desta manera se comieron los espárragos con más regocijo y fiesta que si fuera el ave Feni ' y aunque yo serví a la mesa, y hice traer todos los adherentes no me cupo cosa alguna.
En aquellos mismos días envió el capitán Bartolomé de Terrazas a mi padre (por gran presente) tres visnagas. lleva das de España; las cuales se sacaban a la mesa cuando había algún nuevo convidado y por gran magnificencia se les daba una paiuela dellas.
También salió por este tiempo el anis en el Cosco, el cual se echaba en el pan por cosa de mucha estima como si íuera e! néctar o la ambrosía de los poetas. Desta manera se estima- ron todas las cosas de España a los principios, cuando se em- pezaron a dar en el Perú, y escríbense, aunque son de poca importancia; porque en los tiempos venideros, que es cuando más sirven las historias, quizá holgarán saber estos princi- pios. LOS espárragos no sé que hayan prevalecido, ni que las visnagas hayan nacido en aquella tierra. Empero las demás plantas mieses y legumbres, y ganados han multiplicado en la abundancia que se ha dicho. También han plantado mora- les y llevado semilla de gusanos de seda, que tampoco la ha- bía en el Perú; más no se puede labrar la seda, por un incon- yenient' muy grande que tiene.
CAPITULO XXXI
NOMBRES NUEVOS PARA NOMBRAR DIVERSAS GENERACIONES
I O mejor de lo que ha pasado a Indias se nos olvidaba,
que son los españoles y los negros, que después acá han
llevado por esclavos para servirse dellos, que tampoco . los había antes en aquella mi tierra. Destas dos naciones se han hecho allá otras, mezcladas de todas maneras, y para las diferenciar las llaman por diversos nombres para entenderse por ellos. Y aunque en nuestra historia de la Florida dijimos algo desto, me pareció repetirlo aquí por ser este su propio lugar. Es así, que al español o española que vá de acá llaman español o castellano, que ambos nombres se tienen allá por uno mismo y así he usado yo de ellos en esta historia y en la de la Florida. A los hijos de español y de española nacidos allá dicen criollo o criolla, por decir, que son nacidos en In- dias. Es nombre que lo inventaron los negros, y así lo muestra la obra. Quiere decir entre ellos, negro nacido en Indias: inven- táronlo para diferenciar los que van de acá, nacidos en Guinea de los que nacen allá, porque se tienen por más honrados y de más calidad, por haber nacido en la patria, que no sus hi- jos, porque nacieron en la agena, y los padres se ofenden si les llaman criollos. Los españoles por la semejanza han intro- ducido este nombre en su lenguage para nombrar los nacidos allá. De manera que al español y al guineo nacidos allá les llaman criollos y criollas. Al negro que va de acállanamente le llaman negro o guineo. Al hijo de negro y de india o de indio y de negra, dicen mulato y mulata. A los hijos destos llaman cholees vocablo de las islas de Barlovento, quiere decir perro, no de los castizos, sino de los muy bellacos gozones; y los es- pañoles usan dél por infamia y vituperio. A los hijos de espa- ñol y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos,
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por decir que somos mezclados de ambas naciones; fué im- puesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en In- dias; y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena, y me honro con él. Aunque en Indias si a uno dellos le dicen sois un mestizo o es un mestizo, lo toman por menosprecio. De donde nació q' hayan abrazado con grandísimo gusto el nombre montañés, que entre otras afrentas y menosprecios que dellos hizo un poderoso, les impuso en lugar del nombre mestizo. Y no con- sideran que aunque en España el nombre montañés sea ape- llido honroso, por los privilegios que se dieron a los naturales de las montañas de Asturias y Vizcaya, llamándoselo a otro cualquiera que no sea natural de aquellas provincias, es nom- bre vituperoso: porque en propia significación quiere decir nombre de montaña como lo dice en su vocabulario el gran maestro Antonio de Lebrija, acreedor de toda la buena lati- nidad que hoy tiene España. Y en la lengua general del Perú para decir montañés dicen Sacharuna, que en propia signifi- cación quiere decir salvage; y por llamarles aquel buen hom- bre disimuladamente, salvages, les llamó montañeses: y mis parientes no entendiendo la malicia del imponedor, se precian de su afrenta, habiéndola de huir y abominar, y llamarse co- mo nuestros padres nos llamaban, y no recebir nuevos nombres afrentosos &c. A los hijos de español y de mestiza, o de mes- tizo y española, llaman cuatralbos; por decir que vienen cuar- ta parte de indio y tres de español. A los hijos de mestizo y de india, o de indio y de mestiza, llaman tresalbos, por decir que tiene tres partes de indio y una de español. Todos estos nombres y otros, que por escusar hastío dejamos de decir, se han inventado en mi tierra para nombrar las generaciones que ha habido después que los españoles fueron a ella; y po- demos decir que ellos los llevaron con las demás cosas que no había antes; y con esto volveremos a los reyes Incas, hijos del gran Huaina Capac, que nos están llamando, para darnos cosas muy grandes que decir.
CAPITULO XXXIl
HUASCAR INCA PIDE RECONOCIMIENTO DE VASALLAGE A SU HERMANO ATAHUALLPA.
MUERTO Huaina Capac. reinaron sus dos hijos cuatro o cinco años, en pacífica posesión y quietud entre sí, el uno con el otro, sin hacer nuevas conquistas ni aún preten derlas, porqe el rey Huáscar quedó atajado por la parte Setentrional con el reino de Quitu, que era de su hermano, por donde había nuevas tierras que conquistar, que por las otras tres partes estaban ya todas ganadas desde las bravas montañas de los Antis hasta la mar. que es de Oriente a Po- niente, y al Mediodía: tenían sujetado hasta el reino de Chili. El Inca Atahuallpa tampoco procuró nuevas conquistas por atender al beneficio de sus vasallos y al suyo propio. Habien- do vivido aquellos pocos años en esta paz y quietud, como el reinar no sepa sufrir igual ni segundo, dió Huáscar Inca en imaginar que había hecho en consentir lo que su padre le mandó acerca del reino de Quitu. que fuese de su hermano Atahuallpa: porque demás de quitar y enagenar de su imperio un reino tan principal, vió que con él quedaba atajado para no poder pasar adelante en sus conquistas: las cuales queda- ban abiertas y dispuestas para que su hermano las hiciese y aumentase su reino; de manera que podía venir a ser mayor que el suyo, y que él, habiendo de ser monarca, como lo signi- fica el nombre Capac I nca, que es solo señor, vendría por tiem- po a tener otro igual, y quizás superior, y que según su her- mano era ambicioso e inquieto de ánimo, podría, viéndose poderoso, aspirar a quitarle el imperio.
Estas imaginaciones fueron creciendo de día en día más y más, y causaron en el pecho de Huáscar Inca tanta congoja,
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que no pudiéndola sufrir envió un pariente suyo por mensage- ro a su hermano Atahualipa, diciendo que bien sabia que por antigua constitución del primer Inca Manco Capac, guardada por todos sus descendientes, el reino de Quitu y todas las de- más provincias que con él poseía, eran déla corona e imperio del Cosco: y que haber concedido lo que su padre le mandó, más había sido forzosa obediencia de hijo, que rectitud de justicia, porque era en daño de la corona y perjuicio de su" sucesores della, por lo cual ni su padre lo debía mandar, ni él * estaba obligado a lo cumplir. Empero que ya que su padre lo había mandado y él lo había consentido, holgaba pasar por ello, con dos condiciones La una, que no había de aumentar un palmo de tierra a su reino, porque todo lo que estaba por ganar era del imperio. Y la otra que ante todas cosas le había de reconocer vasallage y ser su feu- datario.
Este recaudo recibió Atahualipa con toda la sumisión y humildad que pudo fingir, y dende a tres días, habiendo mi- rado lo q' le convenía, respondió con mucha sagacidad, astu- cia y cautela, diciendo que siempre en su corazón había reco- nocido y reconocía vasallage al Capac Inca su señor' y que no solamente no aumentaría cosa alguna en el reino de Quitu más que si su magestad gustaba dello, se desposeería dél, y se lo renunciaría, y viviría privadamente en su corte como cual- quiera de sus deudos, sirviéndole en paz y en guerra como de- bía, a su prínci pe y señor y en todo lo que le mandase. La res- puesta de Atahualipa envió el mensagero del Inca por la costa como le fué ordenado; porque no se detuviese tanto por el camino, si la llevase el propio, y él se quedó en la corte de Ata- hualipa para replicar y responder lo que el Inca enviase a mandar. El cual recibió con mucho contento la respuesta, y replicó diciendo, que holgaba grandemente que su hermano poseyese lo que su padre le había dejado, y que de nuevo se lo confirmaba de que dentro de tal término fuese al Cosco a darle la obediencia y hacerle el pleito homenage que debía, de fidelidad y lealtad. Atahualipa respondió que era mucha felicidad para él saber la voluntad del Inca para cumplirla, que él iría dentro del plazo señalado a dar su obediencia; y que parajque la jura se hiciese con más solemnidad y más cum- plidamente, suplicaba a su magestad le diese licencia, para que todas las provincias de su estado fuesen juntamente con él, a celebrar en la ciudad del Cosco las obsequias del Inca Huaina Capac su padre, conforme a la usanza de el reino de Quitu y de las otras provincias; y que cumplida aquella solem- nidad harían la jura él y sus vasallos juntamente. Huáscar
Inca concedió totio lo q' su hermanóle pidió, y dijo q' a su vo- luntad ordenase todo lo que para las obsequias de su padre quisiese, que él holgaba mucho se hiciesen en su tierra confor- me a la costumbre agena, y que fuese al Cosco cuando bien le estuviese. Con estos quedaron ambos hermanos muy conten- tos; el uno muy ageno de imaginar la máquina y traición que contra él se armaba, para quitarle la vida y el imperio: y el otro muy diligente y cauteloso, metido en el mayor golfo della, para no dejarle gozar de lo uno y de lo otro.
CAPITULO XXXIII
ASTUCIAS DE ATAHUALLPA PARA DESCUIDAR AL HERMANO
EL rey Atahuallpa mandó echar bando público por todo su reino, y por las demás provincias que poseía, que toda la gente útil se apercibiese para ir al Cosco dentro de tan- tos días para celebrar las obsequias del gran Huaina Capac su padre, conforme a las costumbres antiguas de cada nación, y hacer la jura y homenage que al monarca Huáscar Inca se había de hacer, y que para lo uno y para lo otro llevasen todo-s los arreos, galas y ornamentos que tuviesen, porque deseaba que la fiesta fuese solemnísima. Por otra parte mandó en se- creto a sus capitanes que cada uno en su distrito escogiese la gente más útil para la guerra, y les mandase que llevasen sus armas secretamente, porque más lo quería para batallas que no para obsequias. Mandó que caminasen de cuadrillas de a quinientos y a seiscientos indios, más y menos; q' se disimu- lasen de manera que pareciesen gente de servicio, y no de gue- rra; que fuese cada cuadrilla dos, tres leguas una de otra. Man- dó que los primeros capitanes, cuando llegasen diez o doce jornadas del Cosco, las acortasen para que los que fuesen en pos dellos los alcanzasen más aína; y a los de las últimas cua- drillas mandó que llegando a tal parage doblasen las jorna- das para juntarse en breve con los primeros. Con esta orden fué enviando el rey Atahuallpa más de treinta mil hombres de guerra, que los más dellos eran de la gente veterana y es- cogida que su padre le dejó, con capitanes esperimentados y famosos que siempre traía consigo. Fueron por caudillos y cabezas principales dos maeses de car^po, el uno llamado Challcuchima y el otro Quisquis, y el Inca echó fama, que iría con los últimos.
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Huáscar Inca fiado en las palabras de su hermano, y mucho más en la esperiencia tan larga, que entre aquellos indios había, del respeto y lealtad, que al Inca tenían sus va- sallos, cuanto más sus parientes y hermanos, como lo dice por estas palabras el P. M. Acosta, libro sesto, capítulo doce. Sin duda era grande la reverencia y afición que esta gente tenía a sus Incas, sin que se halle jamás haberles hecho nin- guno de los suyos traición &c. Por lo cual, no solamente no sospechó Huáscar Inca cosa alguna de la traición, más antes con gran liberalidad mandó que les diesen bastimentos, y les hiciesen toda buena acogida, como a propios hermanos que iban a las obsequias de su padre, y a hacer la jura que le de- bían. Así se hubieron los unos con los otros; los de Huáscar con toda la simplicidad y bondad que naturalmente tenían, y los de Atahuallpa con toda la malicia y cautela que en su escuela habían aprendido.
Atahuallpa Inca usó de aquella astucia y cautela de ir desfrazado y disimulado contra su hermano, porque no era poderoso para hacerle guerra al descubierto. Pretendió y es- peró más en el engaño que no en sus fuerzas: porque hallando descuidado al rey Huáscar, como le halló, ganaba el juego, y dándole lugar que se apercibiese, lo perdía.
CAPITULO XXXIV
AVISAN A HUASCAR, EL CUAL HACE LLAMAMIENTO DE GENTE.
/" ON la orden que se ha dicho caminaren los de Quitu
casi cuatrocientas leguas, hasta llegar cerca de cien le-
guas del Cosco. Algunos Incas viejos, gobernadores de las provincias por do pasaban, que habían sido capitanes y eran hombres esperi mentados en paz y en guerra, viendo pasar tanta gente no sintieron bien dello, porque les parecía que para las solemnidades de las obsequias bastaban cinco o seis mil hombres, y cuando mucho diez mil; y para la jura no era menester la gente común, que bastaban los curacas que eran los señores de vasallos, y los gobernadores y capita- nes de guerra, y el rey Atahuallpa, que era el principal, de cuyo ánimo inquieto, astuto y belicoso no se podía esperar paz ni buena hermandad. Con esta sospecha y temores, envia- ron avisos secretos a su rey Huáscar Inca, suplicándole se recatase de su hermano Atahuallpa, que no les parecía bien que llevase tanta gente por delante.
Con estos recaudos, despertó Huáscar Inca del sueño de la confianza y descuido en que dormía. Envió a toda dili- gencia mensageros a los gobernadores de las provincias de Antisuyu, Collasuyu y Cuntisuyu: mandóles, que con la bre- vedad necesaria acudiesen al Cosco, con toda la más gente de guerra que pudiesen levantar. Al distrito Chinchasuyu, que era el mayor y de gente más belicosa, no envió mensageros. porque estaba atajado con el ejército contrario que por él iba caminando. Los de Atahuallpa, sintiendo si descuido de Huás- car y de los suyos, iban de día en día cobrando más animo y creciendo en su malicia, con la cual llegaron los primeros a cuarenta leguas del «oseo, y de allí fueron acortando las jornadas, y los segundos y últimos las fueron alargando; de
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manera que en espacio de pocos días se hallaron más de vein- te mil hombres de guerra, al paso del río Apurimac. y lo pasa- ron sin contradicción alguna, y de allí fueron como enemigos declarados, con las armas y banderas e insignias militares descubiertas: caminaron poco a poco en dos tercios de escua- drón, que eran la vanguardia y la batalla, hasta que se les juntó la retroguardia, que era de más de otros diez mil hom- bres: llegaron a lo alto de la cuesta de Villacunca, que está seis leguas de la ciudad. Atahuallpa se quedó en los confines de su reino, q" no osó acercarse tanto, hasta ver el suceso de la .primera batalla, en la cual tenía puesta toda su esperanza, por la confianza y descuido de sus enemigos, y por e! ánimo y valor de sus capitanes y soldados veteranos.
El rey Huáscar Inca, entre tanto que sus enemigos se acercaban, hizo llamamiento de gente, con toda la priesa po- sible: más los suyos, por la mucha distancia del distrito Co- llasuyu, que tiene más de decientas leguas de largo, no pu- dieron venir a tiempo, q' fuesen de provecho: y los de Anti- suyu fueron pocos, porque de suyo es la tierra mal poblada por las grandes montañas que tiene; de Cuntisuyu por ser el distrito más recogido y de mucha gente, acudieron todos los curacas con más de treinta mil hombres; pero mal usados en las armas, porque con la paz tan larga que habían tenido no las habían ejercitado. Eran visoños, gente descuidada de guerra. El Inca Huáscar, con todos su parientes y la gente que tenía recogida, que eran casi diez mil hombres, salió a recibir los suyos al Poniente de la ciudad, por donde venían' para juntarlos consigo, y esperar allí la demás gente que ve- nia. (10)
(lii) La batalla final fué en Quepaipan.
CAPITULO XXXV
BATALLA DE LOS INCAS. VICTORIA DE ATAHUALLPA, Y SUS
CRUELDADES.
I OS de Atahuallpa como gente plática, viendo que en
la dilación arriesgaban la victoria, y con la brevedad la
aseguraban, fueron en busca de Huáscar Inca para darle la batalla, antes que se juntase más gente en su servicio: ha- lláronle en unos campos grandes que están dos o tres leguas al Poniente de la ciudad, donde hubo una bravísima pelea, sin que de una parte a otra hubiese precedido apercibimiento ni otro recaudo alguno: pelearon cruelísimamente; los unos por haber en su poder al Inca Huáscar, q' era una presa inestima- ble, y los otros por no perderla, que era su rey y muy amado. Duró la batalla todo el dia con gran mortandad de ambas partes. Más al fin por la falta de los collas y porque los de Huáscar eran visoños y nada pláticos en la guerra, vencie- ron los del Inca Atahuallpa, que como gente ejercitada y esperi mentada en la milicia, valía uno pordiez de los contra- rios. En el alcance prendieron a Huáscar Inca por la mucha diligencia que sobre él pusieron, porque entendían no haber hecho nada si se les escapaba. Iba huyendo con cerca de mi! hombres que se lo habían recogido, los cuales murieron todos en su presencia, parte que mataron los enemigos, y parte que ellos mismos se mataron viendo su rey preso: sin la persona real prendieron muchos curacas, señores de vasallos, muchos capitanes y gran número de gente noble, que como ovejas sin pastor andaban perdidos, sin saber huir ni adonde acu- dir. Muchos dellos, pudiendo escaparse de los enemigos, sa- biendo que su Inca estaba preso, se vinieron a la prisión con el amor y lealtad que le tenían.
Quedaron los de Atahuallpa muy contentos, y satisfechos con tan gran victoria y tan rica ptesa, como la persona impe- rial de Huáscar Inca y de todos los más principales de su ejér- cito, pusiéronle a grandísimo recaudo: eligieron para su guar-
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da cuatro capitanes, y los soldados de mayor confianza que en su ejército había, que por horas le guardasen, sin perder de vista ni de día ni de noche. Mandaron luego echar bando que publicase la prisión del rey Huáscar para que se divulgase por todo su imperio: porque si alguna gente hubiese hecha para venir en su socorro, se deshiciese sabiendo que ya estaba preso. Enviaron por la posta el aviso de la victoria y de la prisión de Huáscar a su rey Atahuallpa.
Esta fué la suma y lo más esencial de la guerra que hubo entre aquellos dos hermanos, últimos reyes del Perú. Otras batallas y recuentros, que los historiadores españoles cuentan della, son lances que pasaron en los confines del un reino y del otro entre los capitanes y gente de guarnición que en ellos había, y la prisión que dicen de Atahuallpa, fué novela que él mismo mandó echar para descuidar a Huáscar y a los suyos; y el fingir luego después de la prisión, y decir que su padre el sol lo había convertido en culebra, para que se saliese della por un agujero que había en el aposento, fué para con aquella fábula autorizar y abonar su tiranía, para que la gente común entendiese que su dios el sol favorecía su partido, pues lo libraba del poder de sus enemigos, que como aquellas gentes eran tan simples, creían muy de veras cualquiera patraña que los Incas publicaban del sol, porque eran tenidos por hi- jos suyos. (11)
Atahuallpa usó cruelísi mámente de la victoria, porque disimulando y fingiendo que quería restituir a Huáscar en su reino, mandó hacer llamamiento de todos los Incas que por el imperio había, así gobernadores y otros ministros en la paz, como maeses de campo, capitanes y soldados en la gue- rra que dentro en cierto tiempo se juntasen en el Cosco, por- que dijo que quería capitular con todos ellos ciertos fueros y estatutos que de állí adelante se guardasen entre los dos reyes, para que viviesen en toda paz y hermandad. Con esta nueva acudieron todos los Incas de la sangre real, que no faltaron sino los impedidos por enfermedad o por vejez, y algunos que estaban tan lejos, que no pudieron o no osaron venir a tiempo, ni fiar del victorioso. Cuando los tuvieron recogidos envió Ata,uallpa a mandar que los matasen todos con diversas muertes, por asegurarse dellos, porque no tramasen ningún levantamiento.
(llj .\o lu«^' novela la rflaciuii que tiicjeivn los eidiiislas Balboa, í^armien- lo de Gamboa, Cie/a, &. de las diferentes natallas y oncueufros entro las tro- pas de Atahuallpa y las de Huáscar ni menos lo fué la prisión do Ataliuallpa después de la batalla de .\mbato. Véase respecto a éste punto la critica del Dr. Riva .A ffOero a los errores del Inca historiador. Riva Agüero I.a Historia en el Perú, p.l60
CAPITULO XXXVI
CAUSAS DE LAS CRUELDADES DE ATAHUALLPA Y SUS EFECTOS
CRUELISIMOS.
ANTES que pasemos adelante, será razón que digamos la causa que movió a Atahuallpa a hacer las crueldades que hizo en los de su linage; para lo cual es de saber, que por los estatutos y fueros de aquel reino, usados e inviolable- mente guardados desde el primer Inca Manco Capac hasta el gran Huaina Capac. Atahuallpa su hijo, no solamente no podía 4ieredar el reino de Quitu, porque todo lo que se ganaba era de la corona imperial, más antes era incapaz para poseer el reino de el Cosco porque para lo heredar había de ser hijo de la legítima muger, la cual, como se ha visto, había de ser hermana del rey, porque le perteneciese la herencia del reino, tanto por la madre como por el padre: faltando lo cual había de ser el rey, por lo menos legítimo en la sangre real, hijo de Palla, q" fuese limpia de sangre alienígena, los cuales hijos te- nían por capaces de la herencia del reino; pero de los de sangre mezclada no hacían tanto caudal, a lo menos para suceder en el imperio, ni aún para imaginarlo. Viendo pues Atahuallpa que le faltaban todos los requisitos necesarios para ser Inca, porque ni era hijo de la Coya, que es la reina, ni de Palla, que es muger de la sangre real, porque su madre era natural de Quitu. (I2i ni aquel reino se podía desmembrar del imperio, le pareció quitar los inconvenientes que el tiempo adelante podían suceder en su reinado tan violento; porque temió que sosegadas las guerras presentes había de reclamar todo el imperio, y de común consentimiento pedir un Inca que tu- viese las partes dichas, y elegirlo y levantarlo ellos de suyo; lo cual no podía estorbar Atahuallpa, porque lo tenían fun- dado los indios en su idolatría y vana religión, por la predi-
vl¿) La vida posterior de esta mujer infeliz que murió al fin asaeteada por los españoles punde leerse inextenso en la Relación del Inca Tito Cüssi Véase Col. Urteaga-Romero t. 11. p. 90.
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cación y enseñanza q' les hizo el primer Inca M anco Capac, y por la observancia y ejemplo de todos sus descendientes. Por todo lo cual no hallando mejor medio, se acogió a la cruel- dad y destruíción de toda la sangre real, no solamente de la que podía tener derecho a la sucesión del imperio, que eran los legítimos en sangre: más tam.bién de toda la demás que aria incapaz a la herencia, como la suya, porque no hiciese alguno dellos lo que él hizo, pues con su mal ejemplo les abría las puertas a todos ellos. Remedio fué éste que por la mayor parte lo han usado todos los reyes, que con violencia entran a posee- los reinos ágenos, porque les parece que no habiendo legítimo heredero del reino, ni los vasallos tendrán a quien lla- mar, ni ellos a quien restituir, y que quedan seguros en con- ciencia y en justicia; lo cual nos dan largo testimonio las his- torias antiguas y modernas, que por escusar prolijidad las dejaremos. Bástenos decir el mal uso de la casa Otomana, que el sucesor del imperio entierra con el padre todos los her- manos varones, por asegurarse dellos.
Mayor y más sedienta de su propia sangre que la de los otomanos fué la crueldad de Atahuallpa, que no hartándose con la de docientos hermanos suyos, hijos del gran Huaina Capac, pasó adelante i beber la de sus sobrinos, tíos y parien- tes,dentro y fuera del cuarto grado, que como fuese de la san- gre r«al, no escapó ninguno legítimo ni bastardo. Todos los mandó matar con diversas muertes; a unos degollaron; a otros ahorcaron; a otros echaron en ríos y lagos con grandes pes- gas al cuello porque se ahogasen, sin que el nadar les valiese; otros fueron despeñados de altos riscos y peñascos; todo lo cual se hizo con la mayor brevedad que los ministros pudie- ron, porque el tirano no se aseguraba hasta verlos todos muer- tos o saber que lo estaban; porque con toda su victoria no osó pasar de Sausa. que los españoles llaman Jauja, noventa le- guas del Cosco. Al pobre Huáscar Inca reservó por entonces de la muerte, porque lo quería para la defensa de cualquiera levantamiento que contra Atahuallpa se hiciese, porque sabía que con enviarles Huáscar a mandar que se aquietasen le habían de obedecer sus vasallos. Pero para mayor dolor del desdichado Inca le llevaban a ver la matanza de sus pa- rientes, por matarle en cada uno dellos, que tuviera él por menos pena ser el muerto, que verlos matar tan cruelmente.
No pudo la crueldad permitir que los demás prisioneros quedasen sin castigo, porque en ellos escarmentasen todos los demás curacas y gente noble del imperio aficionada a Huás- car; para lo cual los sacaron maniatados a un llano en el valle de Sacsahuana, donde estaban, ( donde fué después la batalla
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del presidente Gasea y Gonzalo Pizarro) y hicieron dellos una calle larga: luego sacaron al pobre Huáscar Inca cubierto de luto, atadas las manos atrás, y una soga al pescuezt), y lo pa- searon por la calle que estaba hecha de los suyos, los cuales viendo a su príncipe en tal caída, con grandes gritos y alaridos se postraban en el suelo a le adorar y reverenciar, ya que no podían librarle de tanta desventura. A todos los que hicieron esto mataron con unas hachas y porras pequeñas de una ma- no que llaman Champí; otras hachas y porras tienen grandes para pelear a dos manos. Así mataron delante de su rey casi todos los curacas y capitanes, y la gente noble que habían preso, que apenas escapó hombre dellos. (13)
(13) Concordante con Cieza. Señorío de los Incas, c.V. Informaciones de los quipocamayos a Vaca de Castro. Una Antigualla peruana. Tres Rela- ciones & 3a. Relación, p. 326. Gutierres de Santa Clara, Historia de las gue- rras civiles, ^. t. III c. LI. Cabello Halboa. Ob. clt. El Palentino. Historia del Pen'i, ía. Parte, lib. III, c. V. Informaciones de Toledo. Información en el Cuzco el 17 de enero de 1572. Sarmiento de Gamboa, Gb' cit. párrafos 65 y 66.
CAPITULO XXXVII
PASA LA CRUELDAD A LAS MUGERES Y NlfiOS DE LA SANORE
REAL
HABIENDO muerto Atahuallpa los varones que tenía, así los de la sangre real como de los vasallos y subditos de Huáscar, (como la crueldad no sepa hartarse, antes tenga tanta más hanbre y más sed cuanta más sangre y car- ne humana coma y beba) pasó adelante a tragar y sorber la que quedaba por derramar de las mugeres y niños de la san- gre real: la cual, debiendo merecer alguna rnisericordia, por la ternura de la edad y flaqueza del sexo, movió a mayor rabia la crueldad del tirano: que envió a mandar que juntasen to- das las mugeres y niños que de la sangre real pudiesen haber, de cualquiera edad y condición que fuesen reservando las que estaban en el convento del Cosco, dedicadas para mugeres del sol, y que las matasen poco a poco fuera de la ciudad, con di- versos y crueles tormentos, de manera que tardasen mucho en morir. Asi lo hicieron los ministros de la crueldad, que don- de quiera se hallan tales; juntaron todas las que pudieron haber por todo el reino, con grandes pesquisas y diligencias que hicieron, porque no se escapase alguno: de los niños reco- gieron grandísimo número de los legítimos y no legítimos, porque el linage de los Incas, por la licencia que tenían de te- ner cuantas mugeres quisiesen, era el linage más amplio y esten- dido que había en todo aquel imperio. Pusiéronlos en el cam- po llamado Yahuarpampa, que es campo de sangre. El cual nombre se le puso por la sangrienta batalla que en él hubo de los Chancas y Coseos, como largamente en su lugar dijimos. Está al norte de la ciudad casi una legua della.
Allí los tuvieron, y porque no se les fuese alguno, los cer- caron con tres cercas, la primera fué de la gente de guerra que alojaron en derredor dellos, para que a los suyos les fuese guarda, y presidio y guarnición contra la ciudad, y a los con- trarios temor y asombro. Las otras dos cercas fueron de cen- tinelas, puestas unas más lejos que otras, que velasen de día
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y de noche, porque no saliese ni entrase alguien sin que lo viesen. Ejecutaron su crueldad de muchas maneras; dábanles a comer no más de maiz crudo y yerbas crudas, en poca canti- dad; era el ayuno riguroso, que aquella gentilidad guardaba en su religión. A las mugeres, hermanas, tías, sobrinas, primas, hermanas, y madrastas de Atahuallpa, colgaban de los árbo- les y de muchas horcas muy altas q" hicieron: a unas colgaron de los cabellos; a otras por debajo de los brazos, y a otras de otras maneras feas, que por la honestidad se callan: dábanles sus hijuelos que los tuviesen en brazos; teníanlos hasta que se les caían y se aporreaban, a otras colgaban de un brazo, a otras de ambos brazos, a otras de la cintura, porque fuese más largo el tormento y fardasen más en morir, porque ma- tarlas brevemente fuera hacerles merced; y así la pedían las tristes con grandes clamores y ahullidos. A los muchachos y muchachas fueron matando poco a poco, tantos cada cuarto de luna, haciendo en ellos grandes crueldades, también como en sus padres y madres, aunque la edad dellos pedía clemencia: muchos dellos perecieron de hambre. Diego Fernandez en la historia del Perú, parte segunda, libro tercero, capítulo quinto, toca brevemente la tiranía de Atahuallpa, y parte de sus cruel- dades por estas pal'abras, que son sacadas a la letra: entre Huáscar Inca y su hermano Atabalipa, hubo muchas diferen- cias sobre mandar el reino, y quien había de ser señor. Estando Huáscar Inca en el Cosco, y su hermano Atabalipa en Cajamal- ca envió Atabalipa dos capitanes suyos muy principales, q' se nombraban, el uno Chalcuchi man y el otro Quisquís: los cuales eran valientes, y llevaron muchísimo número de gente, e iban de propósito de prender a Huáscar Inga, porque así se había concertado y se les había mandado para efecto, que siendo Huáscar preso, quedase Atabalipa por señor, e hiciese de Huás- car lo que por bien tuviese. Fueron por el camino conquis- tando caciques e indios, poniéndolo todo debajo el mando y servidumbre de Atabalipa; y como Huáscar tuvo noticia desto y de lo q' venían haciendo, aderezóse luego, y salió del Cosco, y vínose para Quipaipan (que es una legua del Cosco) donde se dió la batalla; y aunque Huáscar tenía mucha gente a! fin fué vencido y preso Murió mucha gente de ambas par- tes, y fué tanta, que se dice por cosa cierta serían más de cien- to y cincuenta mil indios: después que entraron con 1?. victo- ria en el Cosco, mataron mucha gente, hombres y mugeres, y niños; porque todos aquellos que se declaraban por servido- res de Huáscar, 'los mataban, y buscaron todos los hijos que Huáscar tenía, ylos mataron: y así mismo las mugeres que de- cían estar dél preñadas; y una muger de Guascar que se
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llamaba Mama Varcay, puso tan buena diligencia, que se escapó con una hija de Huáscar, llamada Coya Cusi Varcay, que ahora es muger de Saire Topa Inca, que es de quien ha- bernos hecho mención, principalmente en esta historia &c.(14) Hasta aquí es de aquel autor; luego sucesivamente dice ©I mal tratamientoque hacían al pobre Huáscar Inca en la pri- sión: en su lugar pondremos sus mismas palabras que son muy lastimeras. La Coya Cusi Varcay, que dice que fué muger de Saire Topa se llamaba Cusi Huarque: adelante hablare- mos della. El campo do fué la batalla que llaman Quipaipan, está corrupto el nombre, ha de decir Quepaipa, es genitivo quiere decir, de mi trompeta, como q' allí hubiese sido el ma- yor sonido de la de Atahuallpa, según el frasis de lalengua. Yo estuve en aquel campo dos o tres veces con otros mucha- chos, condiscípulos mios de gramática, que nos iba mos a casa con los balconcillos de aquella tierra que nuestros indios ca- zadores nos criaban.
De la manera que se ha dicho estinguieron y apagaron toda la sangre real de los Incas en espacio de dos años y me- dio que tardaron en derramarla; y aunque pudieron acabar en más breve tiempo, no quisieron, por tener en quien ejer- citar su crueldad con mayor gusto. Decían los indios que por la sangre real que en aquel campo se derramó, se le confirmó el nombre Yahuarpampa, que es Campo de Sangre; porque fué mucha más en cantidad, y sin comparación alguna en calidad, la de los Incas, que la de los Chancas, y que causó mayor lástima y compasión, por la tierna ed'ad de los niños y naturaleza flaca de sus madres. (15)
(l'i) La Coya Cusi Huarcay. tomó en el bautismo el nombre de Beatriz, de su unión con el principe Sayre Tupac. nació doña Beatriz Clara Coya, que casó con el capitán Martin García de hoyóla, héroe en Vilcabamba. tuvieron éstos una hija llama'la Ana, que a la muerte de sus padres, fué llevada a España, doiidc el rey Felipe 111 le dió el titulo de marquesa de Oropesa. Ca- só doña Ana ron don Juan Enriquez de Borja. hijo del marquez de Alcañí- ces, y nieto, por la linea materna, de San Francisco de f^orja. duque de Gandía.
(15,1 De los ant guos cronistas que relatan los acontecimientos de la gue- rra civil entre Huáscar y Atahuallpa, ninguno como Cabello Balboa, ha extre- mado la dosi ripcióu de las sangrientas y crueles ejecuciones que realizaron los ' apilanes de Atahuallpa en los miembros de la familia imperial. Leyendo el relato de este cronista, a las mujeres de Huáscar que se hallaban encintase les extrajo el fruto de sus entrañas para sacrificarlos en presencia de la madre agonizante. Véase ob. cit. c. XXL Concordante con el relato que hicieron los Quipocamayos a Toledo «Y luego sacaron de la prisión todas las mujeres de Huáscar, paridas y preñadas; las mandó ahorcar (yuizquiz) de aquellos palos con sus hijos, y a las preñadas les hizo sacar los hijos de los vientres y colgárselos de los brazos etc.» Sarmiento de Gamboa Historia Indica, párrafo 66 p. l2-¿. Kd. alemana, 1906.
CAPITULO XXXVIII
ALGUNOS DE LA SANGRE REAL ESCAPARON DE LA CRUELDAD DE ATAHUALLPA.
^LGUNOS se escaparon de aquella ciudad; unos q" no vi- f \ nieron a su poder, y otros, que la mesma gente de Ata- huallpa, de lástima de ver perecer la sangre que ellos te- nían por divina, cansados ya de ver tanta fiera carnicería, dieron lugar a que se saliesen del cercado en que los tenían, y ellos mismos los echaban fuera, quitándoles los vestidos rea- les, y poniéndoles otros de la gente común, porque no los co- nociesen: q' como queda dicho, en la estofa del vestido, co- nocían la calidad del que lo traía. Todos los que así faltaron fueron niñas y niños, muchachos y muchachas, de diez a once años abajo, una dellas fué mi madre y un hermano suyo, lla- mado don Francisco Huallpa Tupac Inca Yupanqui, que yo conocí, y que después que estoy en España me ha escrito; y de la relación que muchas veces les oí, es todo de lo que desta calamidad y plaga voy diciendo: sin ellos conocí otros pocos, que escaparon de aquella miseria. Conocí dos Auquis, que quiere decir infantes, eran hijos de Huaina Capac, el uno lla- mado Paullu, que era ya hombre en aquella calamidad, de quien las historias de los españoles hacen mención. El otro se llamaba Titu, era de los legítimos en sangre, era muchacho entonces: del bautismo dellos y de sus nombres cristianos, dijimos en otra parte. De Paullu quedó sucesión mezclada con sangre española, que su hijo don Carlos Inca, mi condis- cípulo de escuela y gramática, casó con una muger noble, nacida allá, hija de padres españoles, de la cual hubo a don Melchor Carlos Inca, que el año pasado de seiscientos y dos, vino a España, así a ver la corte della, como a recebir las mer- cedes, qu» allá le propusieron se le harían acá, por los servicios
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que su abuelo hizo en la conquista y pacificación del Perú, y después contra los tiranos, como se verá en las historias de aquel imperio: más principalmente se le deben por ser bisnieto de Huaina Capac por línea de varón; y que de los pocos que hay de aquella sangre real, es el más notorio y el más princi- pal. El cual está al presente en Valladolid, esperando las mer- cedes que se le han de hacer, que por grandes que sean, se les deben mayores.
De Titu no sé que haya sucesión. De las Ñustas que son infantas, hijas de Huaina Capac, legítimas en sangre cono- cidas, la unasellamaba doña BeatrizCoya; (16) casó con Mar- tín de Mustincia, hombre noble, que fué contador o factor en el Perú, de la hacienda del emperador Carlos V: tuvieron tres hijos varones, q" se llamaron los Mustincias, y otro sin ellos, que se llamó Juan Sierra de Leguizamo, que fué mi condis- cípulo en la escuela y en el estudio: la otra ñusta se decía doña Leonor Coya; (17) casó primera vez con un español, que se decía Juan Balsa, que yo no conocí, porque fué en mi niñez; tuvieron un hijo del mismo nombre, que fué mi condis- cípulo en la escuela. Segunda vez casó con Francisco de Villa- castín, que fué conquistador del Perú de los primeros, y tam- bién lo fué de Panamá y de otras tierras. Un cuento historial digno de memoria, se me ofrece dél, y es, que Francisco López de Gomara, dice en su historia, capítulo sesenta y seis, estas palabras que son sacadas a la letra: pobló Pedrarias, el Nom- bre de Dios, y a Panamá. Abrió el camino que va de un lugar a otro con gran fatiga y maña, por ser de montes muy espe- sos y peñas; había infinitos leones, tigres, osos y onzas, a lo que cuentan, y tanta multitud de monas de diversa hechura y tamaño, que enojadas gritaban de tal manera, que ensor- decían los trabajadores, subían piedras a los árboles y tiraban al que llegaba. Hasta aquí es de Gomara (18). Un conquista- dor del Perú tenía marginado de su mano un libro q" yo ví de los deste autor, y en este paso decía estas palabras: una hirió con una piedra a un ballestero, que se decía Villacastin, y le derribó dos dientes: después fué conquistador del Perú y se- ñor de un buen repartimiento, que se dice Ayaviri; murió pre-
(16) Beatriz Coya fuu lieiiuana de Manco II y casó con el conquistador Mancio Siorra rie Loguiznnin tuvo do esta unión un hijo llamado -Juan. Tam- bi(^n de este nombro hubieron dos iirincesas ilustres doña Beatriz Cussi-huar- eay, mujer de Sayri-Tupac y doña Beatriz Clara Coya hija de estos. Véase nota N.0'14.
(17) Leonor c:oyu, quizá si fué la esposa de Francisco \ illacastin.
(18) De su obra Hispania \'icTnx. Historia General de México y del Perú.
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so en el Cosco, porque se halló de la parte de Pizarro, en Xa- quisahuana. donde le dió una cuchillada en la cara, después de rendido, uno que estaba mal con él. Fué hombre de bien y que hizo mucho bien a muchos, aunque murió pobre y despo- jado de indios y hacienda. El Villacastin mató la mona que el hirió, porque a un tiempo acertaron a soltar él su ballesta y la mona la piedra. Hasta aquí es del conquistador, e yo aña- diré, que los vi los dientes quebrados, y eran los delanteros altos, y era pública voz y fama en el Perú, habérselos quebra- do la mona: puse esto aquí con testigos, por ser cosa notable, y siempre que los hallare holgaré presentarlos en casos tales. Otros Incas y Pallas, que no pasarían de decientes, conocí de la misma sangre real de menos nombre que los dichos: de los cuales he dado cuenta porque fueron hijos de Huaina Capac. Mi madte fué su sobrina, hija de un hermano suyo legítimo de padre y madre llamado Huallpa Tupac Inca Yupanqui.
Del rey Atahuallpa conocí un hijo y dos hijas, la una de- llas se llamaba doña Angelina, (19) en la cual hubo el marqués don Francisco Pizarro un hijo que se llamó don Francisco, gran émulo mío y yo suyo; porque de edad de ocho a nueve años, que éramos ambos, nos hacía competir en correr y saltar su tío Gonzalo Pizarro. Hubo asimismo el marqué'; una hija, que se llamó doña Francisca Pizarro, salió una valerosa seño- ra, casó con su tío Hernando Pizarro; su padre el marqués la hubo en una hija de Huaina Capac que se llamaba doña Inés Huaillas Nusta (20); la cual casó después con Martin de Am- puero, vecino que fué de la ciudad de los Reyes. Estos dos hi- jos del marqués, y otro de Gonzalo Pizarro que se llamaba don Fernando, trujeron a España donde los varones fallecie- ron temprano, con gran lástima de los que les conocían, porque se mostraban hjos de tales padres. El nombre de la otra hija de Atahuallpa, no se me acuerda bien, si se decía doña Beatriz
Í19) Jimenes de la Espada asegura que Doña Angelina no fué hija de Atahuallpa sino su hermana (Una Antigualla Peruana. Declaración Prelimi- nar). .\un cuando Su^' Doña Angelina, después, manceba del Marquéz Pi- zarro y en la cual tuvo un hl.fo que llevó el mismo nombre de Pi- zarro. Quintana niega la existencia de este hijo del Márquez, y Mendiburu parece seguir, en esta opinión, al ilustre escritoi- español; la existencia de tal hijo está corroborada, después de la publicación de la obra de Pedro Gutie- rres de ^anta Clara.. Historia de las guerras civiles- Para mayores datos léase su relato del t. II. c. XV. En cuanto a los hijos de Atahuallpa. está proba- do, que fueron D. Diego lUaquita, D. Francisco Nina-Coro y D. Juan Ouis- pe Tupac. Véase Tres Relaciones etc. p. 226 nota N°. 14.
(20) Doña Inés Huala, fué primero mujer del Marqués Pizarro del que tuvo a su hija doña Francisca. Casó después con ol conquistador Francisco Ampuero vecino y regidor de la Ciudad de los Reyes.
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o doña Isabel, casó con un español estremeño, que se decía Blas Gómez; (21) segunda vez casó con un caballero mestizo, que se decía Sancho de Rojas. El hijo se decía don Francisco Atahuallpa, era lindo mozo de cuerpo y rostro, como lo eran todos los Incas y Pallas, murió mozo. Adelante diremos un cuen to, que sobre su muerte me pasó con el Inca viejo, tío de mi madre, a propósito de las crueldades de Atahuallpa, que vamos contando. Otro hijo varón quedó de Huaina Capac, q' yo no conocí: llamóse Manco Inca, era legítimo heredero del Impe- rio; porque Huáscar murió sin hijo varón; adelante se hará